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México DF
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En
octubre de 2008 fuimos invitados a participar de una serie de jornadas sobre la
problemática de los migrantes por la Organización Demçocrata Cristiana de América. Mi cordial agradecimiento al Presidente de ODCA Manuel Espino Barrientos, a la Directora de Asuntos Políticos y Desarrollo de Programas de ODCA, Srta. Rocío Luna Rodríguez y al Coordinador de Análisis Político de ODCA Juan Carlos Wills por todas las atenciones recibidas. Migrantes:
ciudadanos del mundo y agentes de desarrollo
MigrantES:
ciudadanos del mundo y agentes de desarrollo Un
llamado a mundializar la solidaridad El
migrante es la persona que define nuestro tiempo. Aunque existentes a lo largo
de toda la historia, hoy los flujos y contraflujos migratorios se dan con un
alcance geográfico, rapidez y abundancia sin precedente, gracias a la movilidad
que brindan las comunicaciones contemporáneas. Según
la ONU, más de 191 millones de personas viven en un país distinto al que
nacieron, siendo cada una de ellas un tanto a favor del pluralismo y el
universalismo en sus sociedades de acogida. Prácticamente todas las naciones
del globo son afectadas —económica, social y políticamente— por el
omnipresente migrante. Desde
el humanismo político, este auge migratorio no sólo no es condenable sino, muy
por el contrario, bienvenido y celebrado. La migración no es un problema sino
una oportunidad en lo social, y un derecho inalienable en lo individual. Estamos
convencidos de que el intercambio de ideas que conlleva la movilidad de personas
tiene la potencialidad de enriquecer cultural y económicamente a las
sociedades, así como contribuir a crear un mundo más justo, democrático y con
oportunidades para todos. Ello
se dará únicamente si los gobiernos atajan las prácticas xenofóbicas y
protegen los derechos laborales de los migrantes, así como —muy
especialmente— los factores que vulneran a las mujeres y niños que emigran.
De poner en marcha políticas públicas pertinentes, más que un choque podremos
ver un encuentro de civilizaciones, mundializar los valores y prácticas de la
democracia, hacer que convivan sincréticamente nuevas costumbres y creencias
religiosas, y extender el respeto a los derechos humanos. Pugnamos
porque las propuestas políticas se alejen de las salidas fáciles que culpan al
migrante de los males de sus sociedades de acogida; habría que evitar, sobre
todo, el discurso altisonante y simplificador que condena la migración para
comprar votos. Ello
da pie a que se entorpezcan avances legislativos que impidan los terribles
abusos que padecen muchos migrantes, tanto en el transcurso de su viaje como al
llegar a su nuevo país. Un discurso político violento en contra del migrante
redunda, a la larga, en la creación de un ambiente social propicio para que
traficantes de personas, autoridades corruptas y empleadores abusivos se
convierten en victimarios de personas esencialmente indefensas. Asimismo,
creemos que las autoridades educativas y religiosas tienen un papel fundamental
en la creación de un ambiente de comprensión social hacia el migrante. Ni el
maestro ni el ministro de culto pueden eludir su responsabilidad de fomentar la
tolerancia y el respeto al otro, distendiendo las naturales tensiones culturales
que acarrea el extranjero, desde el púlpito tanto como desde la cátedra. Puntualizamos
que el sector productivo también se encuentra frente a deberes irrenunciables
en materia de migración. Desde el punto de vista de la empresa socialmente
responsable, hay que crear códigos de ética —e instrumentarlos
eficazmente— para que el migrante pueda laborar libre de explotaciones o
abusos. Los
empresarios, además, podrían ser punta de lanza para acabar con la simulación
que cierra públicamente la entrada al migrante mientras le deja abierta la
puerta de servicio, permitiendo su entrada de manera extralegal con la
complicidad de algunas autoridades por intereses comerciales. Señalamos,
también, una experiencia compartida por los países que han buscado paralizar
la migración con base en el uso terminante del poder estatal: el migrante jamás
ha sido detenido, aunque en el intento han sido aplastadas diversas libertades cívicas
esenciales, se han apagado vidas y se han puesto trabas a la economía. Ciertamente,
las exigencias de seguridad que nos imponen nuestro tiempo hacen indispensable
un control escrupuloso de las fronteras el cual, por prudencia, debe dejar
espacios para que avance el migrante legal. De no ser así y partiendo de la
base de que históricamente ha sido detener la migración, se fuerza la creación
de caminos al margen de la ley. Se puede formular, de manera simplificadora, que
la migración siempre habrá de avanzar y que está en manos de los gobiernos el
que lo haga por canales legales. Por
parte de los países expulsores de migrantes, es urgente enfrentar las causas
políticas y económicas que orillan a las personas a emigrar: la pobreza, el
desempleo, los conflictos religiosos y las persecuciones políticas, las
violaciones a los derechos humanos y la ausencia de libertades. Sólo así nos
aseguraremos que el migrante emprenda un camino por voluntad propia y no como un
fugitivo de su propia patria. Es
pertinente puntualizar que este no es un tema exclusivamente económico, pues
para el migrante existen otros alicientes, como el buscar sociedades más
abiertas, democráticas, participativas, libres de racismo, con equidad y
estabilidad. Por
todo lo anterior, reconocemos que la migración es un fenómeno y un derecho
intrínsecamente humanos, que nos ha acompañado y nos acompañará mientras
existan países y personas. Es nuestro deber —desde la academia, desde la política,
desde la iglesia y desde la sociedad civil— trabajar para que el migrante
avance protegido durante su camino, con sus derechos a salvo, con su integridad
humana intacta. Porque
migrar es un acto de esperanza, de fe en la vida, una mano que se extiende en la
búsqueda de solidaridad humana. Y a ello debemos responder.
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