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Plan revolucionario de operaciones - Mariano Moreno -
1810
Señores de la Excelentísima Junta Gubernativa de las Provincias Unidas
del Río de la Plata:
Volar
a la esfera de la alta y digna protección de V. E. los pensamientos de
este Plan, en cumplimiento de la honorable comisión con que me ha
honrado, si no es ambición del deseo, es a lo menos un reconocimiento de
gratitud a la Patria; ella solamente es el objeto que debe ocupar las
ideas de todo buen ciudadano, cuya sagrada causa es la que me ha
estimulado a sacrificar mis conocimientos en obsequio de su libertad, y
desempeño de mi encargo. Tales son los justos motivos que al prestar el
más solemne juramento ante ese Superior Gobierno hice presente a V. E.,
cuando, en atención a las objeciones que expuse, convencido de las
honras, protestó V. E. que nunca podrían desconceptuarse mis
conocimientos, si ellos no llegaban a llenar el hueco de la grande obra.
En
esta atención y cumplimiento de mi deber, sería un reo de lesa patria,
digno de la mayor execración de mis conciudadanos, indigno de la
protección y gracias que ella dispensa a sus defensores, si habiéndose
hecho por sus representantes en mi persona, la confianza de un asunto en
que sus ideas han de servir para regir en parte móvil de las operaciones
que han de poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa
insurrección, no me desprendiese de toda consideración aun para con la
Patria misma, por lisonjear sus esperanzas con la vil hipocresía y
servil adulación de unos pensamientos contrarios, que en lugar de
conducirla a los grandes fines de la obra comenzada, sólo fuesen causa
de desmoronar los débiles cimientos de ella; y en esta virtud, el
carácter de la comisión y el mío, combinando un torrente de razones, las
más sólidas y poderosas, uniformando sus ideas, me estrechan
indispensablemente a manifestarme con toda la integridad propia de un
verdadero patriota.
La
verdad es el signo más característico del hombre de bien; la
resignación, el honor y la grandeza de ánimo en las arduas empresas, son
las señales más evidentes de un corazón virtuoso, verdadero amante de la
libertad de su patria; tales son los principios que me he propuesto
seguir para desenvolver el cúmulo de reflexiones que me han parecido más
conducentes para la salvación de la Patria, en el presente plan, sin que
preocupación alguna política sea capaz de trastornar ni torcer la
rectitud de mi carácter y responsabilidad. El emprendimiento de la obra
de nuestra libertad, a la verdad, es tan grande, que por su aspecto
tiene una similitud con los palacios de Siam, que con tan magníficas
entradas, no presentan en su interior sino edificios bajos y débiles,
pero la Providencia que desde lo alto examina la justicia de nuestra
causa, la protegerá, sin duda, permitiendo que de los desastres saquemos
lecciones las más importantes. Porque aunque algunos años antes de la
instalación del nuevo gobierno se pensó, se habló, y se hicieron algunas
combinaciones para realizar la obra de nuestra independencia; ¿diremos
que fueron medios capaces y suficientes para realizar la obra de la
independencia del Sud, pensarlo, hablarlo y prevenirlo? ¿Qué sacrificios
hemos hecho, en qué emprendimientos, que sean suficientes para que
podamos tributarnos loores perpetuos por la preferencia de la primacía?
¿Qué planos y combinaciones han formado más laboriosas áreas, para
evitar que se desplome un edificio que sin pensar en la solidez que debe
estribar sus cimientos, queremos levantar con tanta precipitación?
Permítaseme decir aquí, que a veces la casualidad es la madre de los
acontecimientos, pues si no se dirige bien una revolución, si el
espíritu de intriga y ambición sofoca el espíritu público, entonces
vuelve otra vez el estado a caer en la más horrible anarquía. Patria
mía, ¡cuántas mutaciones tienes que sufrir! ¿Dónde están, noble y grande
Washington, las lecciones de tu política? ¿Dónde las reglas laboriosas
de la arquitectura de tu grande obra? Tus principios y tu régimen serían
capaces de conducirnos, proporcionándonos tus luces, a conseguir los
fines que nos hemos propuesto.
En
esta verdad las historias antiguas y modernas de las revoluciones nos
instruyen muy completamente de sus hechos, y debemos seguirlos para
consolidar nuestro sistema, pues yo me pasmo al ver lo que llevamos
hecho hasta aquí, pero temo, a la verdad, que si no dirigimos el orden
de los sucesos con la energía que es propia (y que tantas veces he
hablado de ella) se nos desplome el edificio; pues el hombre en ciertos
casos es hijo del rigor, y nada hemos de conseguir con la benevolencia y
la moderación; éstas son buenas, pero no para cimentar los principios de
nuestra obra; conozco al hombre, le observo sus pasiones, y combinando
sus circunstancias, sus talentos, sus principios y su clima, deduzco,
por sus antecedentes, que no conviene sino atemorizarle y obscurecerle
aquellas luces que en otro tiempo será lícito iluminarle; mi discurso
sería muy vasto sobre esta materia, y no creyéndolo aquí necesario, no
trato de extenderlo, pero deduciendo la consecuencia tendamos la vista a
nuestros tiempos pasados y veremos que tres millones de habitantes que
la América del Sud abriga en sus entrañas han sido manejados y
subyugados sin más fuerza que la del rigor y capricho de unos pocos
hombres; véase pueblo por pueblo de nuestro vasto continente, y se
notará que una nueva orden, un mero mandato de los antiguos mandones, ha
sido suficiente para manejar miles de hombres, como una máquina que
compuesta de inmensas partes, con el toque de un solo resorte tiene a
todos en un continuo movimiento, haciendo ejercer a cada una sus
funciones para que fue destinada.
La
moderación fuera de tiempo no es cordura, ni es una verdad; al
contrario, es una debilidad cuando se adopta un sistema que sus
circunstancias no lo requieren; jamás en ningún tiempo de revolución, se
vio adoptada por los gobernantes la moderación ni la tolerancia; el
menor pensamiento de un hombre que sea contrario a un nuevo sistema, es
un delito por la influencia y por el estrago que puede causar con su
ejemplo, y su castigo es irremediable.
Los
cimientos de una nueva república nunca se han cimentado sino con el
rigor y el castigo, mezclado con la sangre derramada de todos aquellos
miembros que pudieran impedir sus progresos; pudiera citar los
principios de la política y resultados que consiguieron los principales
maestros de las revoluciones, que omito el hacerlo por ser notorias sus
historias y por no diferir algunas reflexiones que se me ofrecen “acerca
de la justicia de nuestra causa, de la confianza que debemos tener en
realizar nuestra obra, de la conducta que nos es más propicia observar,
como igualmente de las demás máximas que podrán garantizar nuestros
emprendimientos”.
En
esta atención, ya que la América del Sud ha proclamado su independencia,
para gozar de una justa y completa libertad, no carezca por más tiempo
de las luces que se le han encubierto hasta ahora y que pueden
conducirla en su gloriosa insurrección. Si no se dirige bien una
revolución, si el espíritu de intriga, ambición y egoísmo sofoca el de
la defensa de la patria, en una palabra: si el interés privado se
prefiere al bien general, el noble sacudimiento de una nación es la
fuente más fecunda de todos los excesos y del trastorno del orden
social. Lejos de conseguirse entonces el nuevo establecimiento y la
tranquilidad interior del estado, que es en todos tiempos el objeto de
los buenos, se cae en la más horrenda anarquía, de que se siguen los
asesinatos, las venganzas personales y el predominio de los malvados
sobre el virtuoso y pacífico ciudadano.
El
caso y la fatalidad son las disculpas de la indiscreción y la flaqueza.
El hombre animoso hace salir a luz los ocasos para utilizarlos, y sus
enemigos son los que se rinden al yugo de la fatalidad. El que tiene
gran corazón, espíritu y alma elevada, manda a la fortuna, o más bien la
fortuna no es sino la reunión de estas cualidades poderosas, pero como
su brillo amedrenta al vulgo y excita la envidia, será feliz quien pueda
hermanarlas con la moderación que las hace excusables.
No
admiremos la Providencia ni desconfiemos de ella, recordando que de las
fatalidades más desastradas, saca las grandes e importantísimas
lecciones que determinan el destino del mundo. La mano dio luz al sol y
a los astros, y hace girar los cielos, humilla a veces los tronos, borra
los imperios, así como desde el polvo encumbra a lo sumo de la grandeza
a un mortal desconocido, demostrando al Universo que los mortales, los
imperios, los tronos, los cielos y los astros, son nada en comparación
de su poder.
Sentemos ante todo un principio: la filosofía que reina en este siglo
demuestra la ridiculez de la grandeza y las contingencias a que está
expuesta. La insubsistencia perpetua y continuada de la corona de
España, lo está evidenciando; la familia real envilecida, había ya
dejado de serlo y perdido sus derechos; el 25 de mayo de 1810, que hará
célebre la memoria de los anales de América, nos ha demostrado esto,
pues hace veinte años, que los delitos y las tramas de sus inicuos
mandones y favoritos le iban ya preparando este vuelco.
Por
mejor decir, no se la ha destronado ni derribado del solio, sino que se
la ha hundido debajo de las plantas; y jamás pudo presentarse a la
América del Sud oportunidad más adecuada para establecer una réplica
sobre el cimiento de la moderación y la virtud.
La
familia de los Borbones estaba en el suelo, y ninguno de sus cobardes
amigos acudió a tiempo a darle la mano; no era menester más que dejarla
dormir y olvidarla. Así, pues, cuando las pasiones del hombre andan
sueltas, ¡cuán horrible, pero cuán interesante, es el observarle!
Entonces sale a lo claro lo más escondido de su corazón, entonces la
vista puede seguir por las vueltas y revueltas de aquel laberinto
inescrutable los estragos del odio, los arrebatos de la ambición, el
desenfreno de la codicia, los ímpetus de vanagloria y los proyectos de
engrandecimiento.
Hay
hombres de bien (si cabe en los ambiciosos el serlo) que detestan
verdaderamente todas las ideas de los gobiernos monárquicos, cuyo
carácter se les hace terrible, y que quisieran, sin derramamiento de
sangre, sancionar las verdaderas libertades de la patria; no profesan
los principios abominables de los turbulentos, pero como tienen talento,
algunas virtudes políticas, y buen crédito, son otro tanto más de temer;
y a éstos sin agraviarlos (porque algún día serán útiles) debe
separárselos; porque, unos por medrar, otros por mantenerse, cuáles por
inclinación a las tramas, cuáles por la ambición de los honores, y el
menor número por el deseo de la gloria, o para hablar con más propiedad,
por la vanidad de la nombradía, no son propios por su carácter para
realizar la grande obra de la libertad americana, en los primeros pasos
de su infancia.
A la
verdad, me rebajaría de mi carácter y del concepto que se tiene formado
hacia mi persona si negase los obstáculos e inconvenientes que
atropellando mis deseos desconsolaban mi ánimo, aunque concebía algunas
veces medios para allanarlos. Otros, en mi lugar, lejos de confundirse
transformarían, como hace la verdadera destreza, los obstáculos en
medios, hollarían los estorbos, y aun los procurarían para complacerse
en superarlos; en fin, yo titubeé en medio de las mayores dificultades,
temiendo el empezar, y ansiando el acabar, excitado por mi adhesión a la
Patria, contenido por los escrúpulos y agitado entre la esperanza del
éxito y el temor del malogro.
En
esta virtud, habiéndome hecho cargo de todo, resolví entregarme a la
marea de los acontecimientos, porque las empresas arduas siempre
presentan grandes dificultades, y, por consiguiente, grandes remedios;
pues huir cuando se va a dar la batalla, no sólo es cobardía sino aun
traición; y en este estado me puse en manos de la Providencia, a fin de
que dirigiese mis conocimientos acerca de la causa más justa y más
santa, pues si se malograse el fruto de mis intentos, la recompensa,
creo, quedaría cifrada en la gloria de haberlos emprendido.
En
cuya atención y consecuencia, la sensibilidad y una extremada energía
son los elementos más grandes de la naturaleza y los más propios para
realizar una grande obra, porque entonces los ánimos generosos se
desenvuelven en medio de las más horrorosas tempestades, aumentando sus
fuerzas a proporción de los peligros que los amenazan, y
consiguientemente unos hombres de este corazón son capaces de las
acciones más heroicas, y aun de conducir con su política las tramas más
largas y formales, donde se cifre la vida de un hombre y el destino de
un estado.
No se
me podrá negar que en la tormenta se maniobra fuera de regla, y que el
piloto que salva el bajel, sea como fuere, es acreedor a las alabanzas y
a los premios; este principio es indudable, máxime cuando se ciñe a la
necesidad absoluta como único medio para la consecución de lo que se
solicita.
Las
máximas que realizan este plan y hago presentes son, no digo las únicas
practicables, sino las mejores y más admisibles, en cuanto se encaminen
al desempeño y gloria de la lid en que estamos tan empeñados.
¿Quién
dudará que a las tramas políticas, puestas en ejecución por los grandes
talentos, han debido muchas naciones la obtención de su poder y de su
libertad? Muy poco instruido estaría en los principios de la política,
las reglas de la moral, y la teoría de las revoluciones, quien ignorase
de sus anales las intrigas que secretamente han tocado los gabinetes en
iguales casos: y, ¿diremos por esto que han perdido algo de su dignidad,
decoro y opinión pública en lo más principal? Nada de eso: los pueblos
nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más
que lo que se les dice.
En el
orden moral, hay ciertas verdades matemáticas en que todos convienen,
así como todos admiten los hechos incontestables de la física.
Pregúntesenos a cada uno qué figura tiene el sol, y responderemos
unánimes que redonda; pregúntesenos también sobre los bienes de la
esclavitud y males de la libertad, y nos parecerán éstos preferibles a
aquéllos, porque siendo poco numerosos unos y otros, queremos
naturalmente la mayor suma de bienes, de la cual sólo hay que separar
una cantidad pequeña de males.
Pero
cuando vengamos a los medios de formar la mayor suma de estos bienes, y
la segregación más considerable de estos males, entonces falta la
unanimidad, el problema divide las opiniones y los debates comienzan.
Tal
sería el estado en que nos encontraríamos, si no nos uniesen
generalmente los intereses de la Patria; ¿y quién de vosotros, señores,
sería capaz de poner en cuestión la libertad y felicidad de ella, no
teniendo sino unos conocimientos superficiales de las causas secretas de
la revolución? ¿ Acaso se necesitó más fortaleza el 25 de mayo de 1810,
para derribar los colosos de la tiranía y despotismo; que se necesita
para erigir los cimientos de nuestro nuevo edificio? Desembarácese el
suelo de los escombros, quiero decir; concluyamos con nuestros enemigos,
reformemos los abusos corrompidos y póngase en circulación la sangre del
cuerpo social extenuado por los antiguos déspotas, y de este modo se
establecerá la santa libertad de la Patria.
Y en
consecuencia creería no haber cumplido, tanto con la comisión con que se
me ha honrado, como con la gratitud que debo a la Patria, si no
manifestase mis ideas según y cómo las siente el corazón más propias, y
los conocimientos que me han franqueado veinticinco años de estudio
constante sobre el corazón humano, en cuyo, sin que me domine la
vanidad, creo tener algún voto en sus funciones intelectuales; y por lo
contrario, si moderando mis reflexiones no mostrase los pasos verdaderos
de la felicidad, sería un reo digno de la mayor execración; y así no
debe escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter
sangre y sacrificar a toda costa, aun cuando tengan semejanza con las
costumbres de los antropófagos y caribes. Y si no, ¿por qué nos pintan a
la libertad ciega y armada de un puñal? Porque ningún estado envejecido
o provincias, pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos, sin
verter arroyos de sangre.
Hablemos con franqueza: hasta ahora sólo hemos conocido la especulativa
de las conspiraciones, y como tal cuando tratamos de pasar a la práctica
nos amilanamos. Pues no; no son éstas las lecciones que nos han enseñado
y dado a conocer los maestros de las grandes revoluciones; fíjese la
vista sobre los anales de las historias del Norte, de la Francia, etc.,
y aun de la misma España, y se observará las tramas y astucias
políticas, únicamente dirigidas a conseguir por todo camino aquellos
fines a que han aspirado. Se ha repetido muchas veces, que la necesidad
es madre de la industria, y que su carácter halagüeño, pintado con los
bellos colores de una filosofía sutil, invierte su estudio y destreza
por medio de la seducción y la intriga, teniendo a veces su origen más o
menos noble, según las circunstancias.
Últimamente, demos un carácter más solemne a nuestro edificio, miremos
sólo a la Patria, y cuando la Constitución del Estado afiance a todos el
goce legítimo de los derechos de la verdadera libertad, en práctica y
quieta posesión, sin consentir abusos, entonces resolvería el Estado
Americano el verdadero y grande problema del contrato social; pues
establecer leyes cuando han de desmoronarse al menor ímpetu de un blando
céfiro, depositándolas dentro de un edificio, cuyos cimientos tan poco
sólidos no presentan aún más que vanas y quiméricas esperanzas,
exponiendo la libertad de la Patria, la impotencia, que quizá al menor
impulso de nuestros enemigos, envolviéndonos en arroyos de sangre,
tremolen otra vez sobre nuestras ruinas el estandarte antiguo de la
tiranía y despotismo; y por la debilidad de un gobierno se malograría
entonces las circunstancias presentes, y más favorables a una atrevida
empresa, que se inmortalizaría en los anales de América, y desvanecidas
nuestras esperanzas seríamos víctimas del furor y de la rabia.
Y en
consecuencia de todo lo expuesto, pasando ya a la exposición de los
artículos que contiene la comisión de mi cargo, por el orden y según
instruye su contenido, dice:
Contenido [ocultar]
1
Artículo 1°
2
Artículo. 2°
3
Artículo 3°
4
Artículo 4°
5
Artículo 5°
6
Artículo 6°
7
Artículo 7°
8
Artículo 8°
9
Artículo 9°
[editar]Artículo
1°
En
cuanto a la conducta gubernativa más conveniente a las opiniones
públicas, y conducente a las operaciones de la dignidad de este
Gobierno, debe ser las que instruyen las siguientes reflexiones:
Sentado el principio que en toda revolución hay tres clases de
individuos: la primera, los adictos al sistema que se defienden; la
segunda, los enemigos declarados y conocidos; la tercera, los
silenciosos espectadores, que manteniendo una neutralidad, son realmente
los verdaderos egoístas; bajo esta suposición, la conducta del Gobierno
en todas las relaciones exteriores e interiores, con los puertos
extranjeros y sus agentes o enviados públicos y secretos, y de las
estratagemas, proposiciones, sacrificios, regalos, intrigas, franquicias
y demás medios que sean menester poner en práctica, debe ser silenciosa
y reservada, con el público, sin que nuestros enemigos, ni aun la parte
sana del pueblo, lleguen a comprender nada de sus enemigos exteriores e
interiores podrían rebatirnos las más veces nuestras diligencias; lo
segundo, porque además de comprometer a muchos de aquellos instrumentos
de quienes fuese preciso valernos ocasionándoles su ruina, también
perderíamos la protección de tales resortes para en lo sucesivo, y lo
que es más, la opinión pública; y lo tercero, porque mostrando sólo los
buenos efectos de los resultados de nuestras especulaciones y tramas,
sin que los pueblos penetren los medios ni resortes de que nos hemos
valido, atribuyendo éstos sus buenos efectos a nuestras sabias
disposiciones, afianzaremos más el concepto público, y su adhesión a la
causa, haciendo que tributen cada día mayor respeto y holocausto a sus
representantes; y así obviaremos quizá las diferentes mutaciones a que
está expuesto el Gobierno.
A
todos los verdaderos patriotas, cuya conducta sea satisfactoria, y
tengan dado de ella pruebas relevantes, si en algo delinquiesen, que no
sea concerniente al sistema, débese siempre tener con éstos una
consideración, extremada bondad: en una palabra, en tiempo de
revolución, ningún otro [delito] debe castigarse, sino el de incidencia
y rebelión contra los sagrados derechos de la causa que se establece; y
todo lo demás debe disimularse.
En
todos los empleos medios, después que se hallen ocupados por éstos, la
carrera de sus ascensos debe ser muy lenta, porque conceptuando que el
establecimiento radicado de nuestro sistema, es obra de algunos años,
todos aspirarían a generales y magistrados; y para obviar esto deben
establecerse premios, como escudos, columnas, pirámides, etc., para
premiar las acciones de los guerreros, y adormecer con estos engaños a
aquellos descontentos que nunca faltan, y exigen por su avaricia más de
lo que merecen. ¿ Pues en qué se perjudica a la Patria que un ciudadano
lleve el brazo lleno de escudos, ni que su nombre esté escrito en un
paraje público, cuando de ello no resulta gravamen al erario? Y así con
éstos debe ser la conducta según y como llevo referido.
Con
los segundos debe observar el Gobierno una conducta muy distinta, y es
la más cruel y sanguinaria; la menor especie debe ser castigada, y aun
en los juicios extraordinarios y asuntos particulares debe siempre
preferirse el patriota, porque, siendo una verdad el ser amante a su
patria, es digno a que se le anteponga, y se forme de él no sólo el
mejor concepto, sino que también se le proporcione la mejor comodidad y
ventajas: es lo primero; y lo segundo, porque aprisionando más su
voluntad, se gana un partidario y orador que forma con su adhesión una
parte sólida de su cimiento.
Igualmente con los segundos, a la menor semiprueba de hechos, palabras,
etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital, principalmente
cuando concurran las circunstancias de recaer en sujetos de talento,
riqueza, carácter, y de alguna opinión; pero cuando recaiga en quienes
no concurran éstas, puede tenerse alguna consideración moderando el
castigo; pero nunca haciendo de éstos la más mínima confianza, aun
cuando diesen las pruebas más relevantes y aun cuando se desprendiesen
de la mitad de sus intereses, hasta tanto no consolidar nuestro sistema
sobre bases fijas y estables; que entonces sí, a los que se hubiesen
distinguido con servicios particulares se les debe atender, y, formando
de ellos el concepto a que son acreedores, participarles el premio.
En los
mismos términos, como la conducta de estos segundos y su adhesión
contraria a nuestra causa es radicalmente conocida, sin embargo, el
Gobierno debe, tanto en la Capital como en todos los pueblos, a
proporción de su extensión, conservar unos espías no de los de primer ni
segundo orden, en talentos y circunstancias, pero de una adhesión
conocida a la causa, a quienes indistintamente se les instruya bajo de
secreto, comisionándolos para que introduciéndose con aquellas personas
de más sospecha, entablando comunicaciones, y manifestándose siempre de
un modo contrario de pensar a la causa que se defiende, traten de
descubrir por este medio los pensamientos de nuestros enemigos y
cualesquiera tramas que se pudieran intentar; y a éstos débese
agraciarlos con un corto sueldo mensual, instruyéndolos como he
referido, bajo de ciertas restricciones que se les debe imponer; éstos
no han de obtener ningún empleo o cargo alguno, ni aun el de soldado,
pues este solo carácter sería suficiente para frustrar los intentos de
este fin.
Consiguientemente cuantos caigan en poder de la Patria de estos segundos
exteriores e interiores, como gobernadores, capitanes generales,
mariscales de campo, coroneles, brigadieres, y cualesquiera otros de los
sujetos que obtienen los primeros empleos de los pueblos que aún no nos
han obedecido, y cualesquiera otra clase de personas de talento,
riqueza, opinión y concepto, principalmente las que tienen un
conocimiento completo del país, situaciones, caracteres de sus
habitantes, noticias exactas de los principios de la revolución y demás
circunstancias de esta América, debe decapitárselos lo primero, porque
son unos antemurales que rompemos de los principales que se opondrían a
nuestro sistema por todas caminos; lo segundo, porque el ejemplo de
estos castigos es una valla para nuestra defensa, y además nos atraemos
el concepto público; y lo tercero, porque la Patria es digna de que se
le sacrifique estas víctimas como triunfo de la mayor consideración e
importancia para su libertad, no sólo por lo mucho que pueden influir en
alguna parte de los pueblos, sino que dejándolos escapar podría la
uniformidad de informes perjudicarnos mucho en las miras de las
relaciones que debemos entablar.
Últimamente la más mera sospecha denunciada por un patriota contra
cualquier individuo de los que presentan un carácter enemigo, debe ser
oída y aun debe dársele alguna satisfacción, suponiendo que sea
totalmente infundada, por sólo un celo patriótico mal entendido, ya
desterrándolo por algún tiempo, más o menos lejos del pueblo donde
resida, o apropiándole otra pena, según la entidad del caso, por un
sinnúmero de razones que omito, pero una de ellas es para que el
denunciante no enerve el celo de su comisión, vea que se tiene
confianza, y se forma concepto de su persona.
En
cuanto a los terceros individuos, también será de la obligación del
Gobierno hacer celar su conducta, y los que se conozcan de talento y más
circunstancias, llamarlos, ofrecerles, proponerles y franquearles la
protección que tenga a bien el Gobierno dispensarles, a proporción de
empleos, negocios y demás, sin dejar de atender a la clase de bienes que
gozan y la cantidad de sus caudales y trabas que los liguen, sin hacer
nunca una manifiesta confianza hasta penetrar sus intenciones y su
adhesión, practicándose esto por aquellos medios que son más propios y
conducentes.
Asimismo la doctrina del Gobierno debe ser con relación a los papeles
públicos muy halagüeña, lisonjera y atractiva, reservando en la parte
posible, todos aquellos pasos adversos y desastrados, porque aun cuando
alguna parte los sepa y comprenda, a lo menos la mayor no los conozca y
los ignore, pintando siempre éstos con aquel colorido y disimulo más
aparente; y para coadyuvar a este fin debe disponerse que la semana que
haya de darse al público alguna noticia adversa, además de las
circunstancias dichas, ordenar que el número de Gacetas que hayan de
imprimirse, sea muy escaso, de lo que resulta que siendo su número muy
corto, podrán extenderse menos, tanto en lo interior de nuestras
provincias, como fuera de ellas, no debiéndose dar cuidado alguno al
Gobierno que nuestros enemigos repitan y contradigan en sus periódicos
lo contrario, cuando ya tenemos prevenido un juicio con apariencias más
favorables; además, cuando también la situación topográfica de nuestro
continente nos asegura que la introducción de papeles perjudiciales debe
ser muy difícil, en atención a que por todos caminos, con las
disposiciones del Gobierno debe privarse su introducción.
Los
bandos y mandatos públicos deben ser muy sanguinarios y sus castigos al
que infringiere sus deliberaciones muy ejecutivos, cuando sean sobre
asuntos en que se comprometan los adelantamientos de la Patria, para
ejemplo de los demás.
Luego
que algunos pueblos, tanto del Perú, como de la Banda Oriental hayan
sucumbido, se deben ocupar aquellos primeros empleos por sujetos que,
considerando en ellos alguna reputación y talento, podría servir de
mucha extorsión su asistencia en esta Capital; y por lo tanto debe
separárselos con esta política, a fin de obviar algunas convulsiones
populares y mutaciones de gobierno, a que está expuesta la Patria, por
el partido de la ambición.
También deben darse los grandes empleos, como generales, etc., a sujetos
en quienes puedan concurrir las mismas circunstancias explicadas ya en
la reflexión antecedente.
Asimismo, cuando los sujetos que empleados en los primeros cargos, como
gobernadores de los pueblos, jefes de divisiones, o generales, llegasen
a obtener una grande opinión y concepto, máxime los que gobiernan
fuerzas, debe precisarse con disimulo mandarlos de unos a otros o con
cualquier otro pretexto, llamándolos a la Capital, separarlos de sus
encargos por algún tiempo, haciendo variar sus comisiones después, a fin
de que como son los que manejan las fuerzas, ayudados de la opinión y
concepto, no puedan cometer atentados que comprometan la felicidad
pública, de lo que causarían disensiones intestinas y guerras civiles;
lo mismo debe ejecutarse cuando la opinión y concepto de los primeros
empleados en todo ramo claudique en los pareceres públicos, aunque sea
sin causa verdadera, dándoles luego el Gobierno una satisfacción secreta
de las causas que han dado margen a retirarlos de sus empleos; y, sin
perjudicar su mérito, emplearlos en oportunidad con variación de
destino.
Siendo
los magistrados, justicia, tribunales y demás autoridades, el antemural
y sostén de los respetos públicos, donde algunas veces, cuando son
ocupados por hombres corrompidos, y llenos de vicios, se acogen los
tumultuosos, prevaliéndose de la protección y respecto para alguna
trama, o deliberaciones; se debe precaver que dichos tribunales,
justicias, magistrados y demás empleos sean ocupados por personas de
nuestra entera satisfacción, quienes instruidos de nuestras ideas en la
parte que les toque, nos sean adictos para estorbar el apoyo de los
ambiciosos y perturbadores del orden público, y además prever cualquiera
atentación contra las autoridades del Gobierno, que resulte en perjuicio
de la causa, observándose siempre la política que debe guardarse con
respecto a la reclamación pública, por opinión y concepto; adoptándose,
cuando no haya otro, el medio del mal el menos.
A
todos los oficiales y militares (no siendo de aquellos muy conocidos que
tengan acreditado ya su patriotismo), no debe despreciárselos y
acomodándolos despacharlos fuera de la Capital, a las campañas del Perú,
o la Banda Oriental.
En los
mismos términos, débese sin recelo dar empleos a todos los extranjeros,
según el mérito o talento de cada uno, pues es creíble que éstos si no
por patriotismo, a lo menos por el interés que les resulte, serán
fidedignos en la confianza que de ellos se haga.
Por
consiguiente, el Gobierno debe tratar, y hacer publicar con la mayor
brevedad posible, el reglamento de igualdad y libertad entre las
distintas castas que tiene el Estado, en aquellos términos que las
circunstancias exigen, a fin de, con este paso político, excitar más los
ánimos; pues a la verdad siendo por un principio innegable que todos los
hombres descendientes de una familia están adornados de unas mismas
cualidades, es contra todo principio o derecho de gentes querer hacer
una distinción por la variedad de colores, cuando son unos efectos
puramente adquiridos por la influencia de los climas; este reglamento y
demás medidas son muy del caso en las actualidades presentes.
En la
misma forma debe tratarse sobre el reglamento de la prohibición de la
introducción de la esclavitud, como asimismo de su libertad, con las
circunstancias que tenga a bien establecerla, pero siempre protegiendo a
cuantos se acojan a nuestras banderas, declarándolos libres, a los unos,
si sus amos fueren del partido contrario, y a los otros, rescatándolos
con un tanto mensual de los sueldos que adquieran en la milicia, para de
esta forma no descontentar a sus amos, pues es evidente que tocando al
hombre en sus intereses claudica no sólo el patriotismo sino la buena fe
y demás circunstancias que lo adornan; lo que me franquea decir que si
los fondos del erario fueran suficientes para los gastos del Estado,
hasta radicar su establecimiento, yo respondería con mi cabeza de la
seguridad de nuestra libertad, en la mitad del tiempo que de otra manera
necesitaremos.
Últimamente, el misterio de Fernando es una circunstancia de las más
importantes para llevarla siempre por delante, tanto en la boca como en
los papeles públicos y decretos, pues es un ayudante a nuestra causa el
más soberbio; porque aun cuando nuestras obras y conducta desmientan
esta apariencia en muchas provincias, nos es muy del caso para con las
extranjeras, así para contenerlas ayudados de muchas relaciones y
exposiciones políticas, como igualmente para con la misma España, por
algún tiempo, proporcionándonos, con la demora de los auxilios que debe
prestar, si resistiese, el que vamos consolidando nuestro sistema, y
consiguientemente nos da un margen absoluto para fundar ciertas
gestiones y argumentos, así con las cortes extranjeras, como con la
España, que podremos hacerles dudar cuál de ambos partidos sea el
verdadero realista; estas circunstancias no admiten aquí otra
explicación, por ser muy extensa, y fuera del orden a que se propone
este plan, cuyas máximas daré por separado en otras instrucciones, luego
que concluya la obra que trata de éstas y otras, titulada: Intereses
generales de la Patria y del Estado Americano; además, que aun para
atraernos las voluntades de los pueblos, tampoco no sería oportuno una
declaración contraria y tan fuera de tiempo, hasta que radicalmente no
sentemos nuestros principios sobre bases fijas y estables y veamos los
sucesos de la España la suerte que corren.
[editar]Artículo.
2°
En
cuanto al medio más adecuado y propio a la sublevación de la Banda
Oriental del Río de la Plata, rendición de la plaza de Montevideo y
demás operaciones a este fin, son las siguientes:
En
cuanto a los principios de esta empresa, son muy vastos y dilatados, no
los principios ni los medios, sino los fines de sus operaciones, porque,
a la verdad, es la plaza de Montevideo el único baluarte que considero
se opondrá en gran parte a nuestros designios, mediante a que no se
logró ya el golpe premeditado, conforme se proyectó el día 12 de agosto
del presente año, bajo la dirección del comandante de infantería ligera
de aquella plaza, don Prudencio Murgiondo, y máxime cuando no tenemos
una marina capaz y superior a la que tiene la plaza de Montevideo, que
entonces bloqueándola por mar y estrechándola por tierra con una fuerza
suficiente, evidentemente aseguro que no necesitaríamos, en caso
semejante, más planes y combinaciones para su rendición; pero, como la
suerte no cuadra completa, es preciso no abandonándonos, premeditar los
medios más conducentes.
En
esta inteligencia, sentado por principio innegable que una grande obra
nunca se comenzó por sus extremidades, y que cuanto más sólido es su
cimiento, más perfecta es su conclusión: en esta virtud, no es el golpe
el que debe dirigirse primero a la plaza de Montevideo, es realmente a
los pueblos de su campaña, y en esta suposición, es más fácil disuadir y
persuadir a diez que a ciento, y batir a veinte mil individuos
detallados que a diez mil en masa; en consecuencia de estas
exposiciones, habiéndose comunicado ya a los Comandantes militares y
Alcaldes de los pueblos de la Banda Oriental el anuncio de la
instalación de la junta Gubernativa, a nombre del señor don Fernando VII,
en esta Capital, es preciso que se capte la voluntad de aquellos y de
los eclesiásticos de todos los pueblos, ofreciéndoles la beneficencia,
favor y protección, encargándoles comisiones y honrándolos con confianza
y aun con algunos meros atractivos de interés, para que, como padres de
aquellos pequeños establecimientos, donde se han dado a estimar, hecho
obedecer y obtenido opinión, sean los resortes principales e
instrumentos de que nos valgamos, para que la instrucción de nuestra
doctrina sea proclamada por ellos, tenga la atención y el justo fruto
que se solicita.
Además, debe pedirse a los alcaldes, comandantes y curas de los pueblos,
unas listas de los sujetos más capaces y de más probidad, talento y
respeto, con las demás circunstancias de sus caudales y clases de ellos,
que sean capaces de poderlos ocupar en asuntos del servicio, y en la
misma forma a éstos se les debe agasajar y atraer, despachándoles
títulos de oficiales, y proveyendo en ellos algunos cargos de los que se
supriman a aquellos que no sean de la opinión de los pueblos, pidiéndose
al mismo tiempo a dichas justicias una relación de todos los europeos, y
sus circunstancias, los que obtienen encargos o no, y los que son o
dejan de ser del concepto y opinión pública.
Luego,
inmediatamente, debe determinarse que los alcaldes, partidarios y demás
jueces de la campaña publiquen por bando, con toda forma la más solemne,
que se les remitirá de este Gobierno, la disposición de que todos los
desertores, de cualquier regimiento, tiempo y cualesquiera
circunstancias que hayan precedido al tiempo de su deserción,
presentándose dentro de un término fijado, serán indultados y
perdonados, abonándoles su tiempo y borrándoles de sus filiaciones toda
nota, si quisieren continuar en el servicio; y para el efecto serán
despachados a esta Capital, con una papeleta, por el juez del partido
donde se hubieren presentado, costeándoles su viaje de los fondos de
árbitros de los mismos pueblos.
En la
misma forma, como he referido, debe irse haciendo publicar las demás
providencias con alguna lentitud, sin mostrar de golpe el veneno a los
pueblos envejecidos en sus costumbres antiguas; y así, luego deben de
hacerse fijar edictos en todos los pueblos y su campaña, para que
cualquiera delincuente de cualquiera clase y condición que haya sido su
delito, y que hubieren causas abiertas en los respectivos tribunales,
presentándose y empleándose en servicio del Rey, quedarán exentos de
culpa, pena y nota, entregándoseles las mismas causas para que no quede
indicio alguno, bajo el concepto de que a cada uno se le empleará
conforme a sus talentos y circunstancias; y en este caso, se previene a
los alcaldes y demás jueces remitan una información del concepto que
entre la gente vaga y ociosa tiene cada individuo de éstos, igualmente
de su valor, influencia que tienen, talento y conocimientos campestres,
para distinguirlos en los puestos de oficiales y otros cargos; que a
éstos y otros muchos de quienes es preciso valernos, luego que el Estado
se consolide se apartan como miembros corrompidos que han merecido la
aceptación por la necesidad.
Al
mismo tiempo de darse estos pases, deben mandarse algunos agentes a cada
pueblo, de conocimiento y con las instrucciones necesarias que sean del
caso, sin que propaguen de golpe las especies de su misión, mandándolos
recomendados a las casas más principales, y de los jueces, tanto para
observar la conducta de éstos, como para sembrar la benevolencia y
buenas disposiciones del nuevo gobierno, lo justo de él, su actividad en
los negocios, los fines santos de conservar a nuestro Soberano el
preciso destino de la América del Sud, la felicidad que nos promete, la
igualdad y demás beneficios de un gobierno sabio y benéfico; pero al
mismo tiempo pintándoles la lucha de nuestra España, el gran poder de
Napoleón, las pocas disposiciones y recursos y la ninguna esperanza que
le quedan a la infeliz España, de cuyos resultados será indispensable su
total exterminio; y que los debates de algunos pueblos de lo interior
con la Capital, son sólo procedidos de la avaricia y ambición al mando,
queriendo negarle un derecho tan antiguo y de preferencia; suponiendo al
mismo tiempo que se dirigían las miras de aquellos antiguos gobernantes
hacia la entrega a Napoleón, y esto siempre con Fernando en la boca, que
igualmente el haber quitado algunos jefes y castigándolos, es porque
habiéndoseles encontrado contestaciones con la Francia, trataban de
intrigar y adherir hacia las miras inicuas de Napoleón: y que relativo a
estas consecuencias, se había descubierto que las tropas que se habían
desarmado en el año de 1809, fue ya con designio de apocar las fuerzas y
extenuar el Estado, con relación a las miras de entrega, cuyas tropas
trataba el nuevo gobierno de volver a armar bajo de mejor pie y
disciplina; éstas y otras disposiciones políticas daré por separado en
la obra anunciada, pues éste sólo es un bosquejo de lo que debe
observarse, y a estos agentes debe señalárseles un sueldo competente
para la subsistencia, con la esperanza de atender sus servicios
oportunamente.
Puesta
la campaña en este estado, y surtiendo el efecto que se promete por el
régimen de estas operaciones, llenándola de papeles públicos, seductivos
y lisonjeros, que deben remitirse todas las semanas, y captados los
ánimos de sus habitantes, sería muy del caso atraerse a dos sujetos por
cualquier interés y promesas, así por sus conocimientos, que nos consta
son muy extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto
y respeto, como son los del capitán de dragones don José Rondeau y los
del capitán de blandengues don José Artigas; quienes, puesta la campaña
en este tono, y concediéndoseles facultades amplias, concesiones,
gracias y prerrogativas, harán en poco tiempo progresos tan rápidos, que
antes de seis meses podría tratarse de formalizar el sitio de la plaza,
pues al presente, para emprender estas ideas, no deben hacerse con una
fuerza armada, por lo que puede argüir la maldad de algunos genios,
cuando esta empresa no ofrece ningún riesgo y nos consta muy bien que
las fuerzas de Montevideo no pasan de ochocientos hombres, y que todavía
allí no se han tomado providencias para armar a sus habitantes, y que su
gobernador es tan inepto, que ni aun es para gobernarse a sí mismo, y
que dicha guarnición no es ni suficiente para guardar la plaza de los
atentados que nuestro partido pudiera emprender, por los recelos que
deben causarle nuestras observaciones.
Además, teniendo, como he dicho, espías en los pueblos, comunicando
éstos todas las noticias particulares y verdaderas que ocurran de
cualquiera clase que sean, debe también tener el Gobierno en esta
Capital seis u ocho sujetos que se empleen en escribir cartas anónimas,
ya fingiendo o suplantando nombres y firmas supuestas, tanto para la
plaza de Montevideo, como para la campaña, en que su contenido, v. gr.,
sea el siguiente: Debe suponerse, en su sentido, que se ha recibido
cartas de alguien, a quien se contesta; en ellas se ha de expresar el
acuse de recibo de aquellas noticias que se han tenido verdaderas, por
los agentes, para dar un color sublime a la apariencia, suponiendo
igualmente diversidad de impostura, ya de que queda orientado, de que le
comunicará todas las operaciones públicas y secretas, o ya de que conoce
su patriotismo acerca de la causa de la Patria, de cuyo queda satisfecha
el Gobierno, o ya de ofertas que se suponga haya hecho, y otras cartas
sean mandadas por diferentes conductos, cuando se proporcione, con
encargo reservado de manifestarlas y hacerlas interceptar por los
gobernadores, satélites y demás justicias de Montevideo, ya porque por
el tribunal de vigilancia o por el gobierno, han de ser abiertas, las
cuales con apariencias de unas demostraciones tan convincentes, por
muchas razones que expongan aquellos sujetos a quienes se dirigen dichas
cartas, y aunque juren no conocer semejantes firmas, y protesten que son
imposturas, últimamente, por muchos alegatos que expongan, nunca podrá
dejar el gobierno de parar su atención, y mirarlos como sospechosos,
cuando aparezcan a la vista comprobados unos datos tan positivos con
cosas verídicas, como, v. gr., el acuse de noticias y disposiciones que
el gobierno y las justicias han tomado de antemano, real y
verdaderamente, siendo conforme lo pintan las cartas; de aquí resulta
además que por mucho que se le oculte al pueblo, no puede dejar éste de
trascender algo, y por cuya combinación indisponemos de esta forma los
ánimos del populacho con los de aquellos sujetos de más carácter y
caudales, a quienes se haya enviado algunas de aquellas cartas, que
podrían servir y ayudarles en su empresa y con sus talentos o bienes,
los que viéndose vilipendiados y calumniados, no harán una mitad de lo
que podrían hacer en favor de aquélla, y, tal vez, algunos, enconados
sus espíritus, abandonando o trayéndose consigo la parte de sus bienes
que puedan salvar, en las ocasiones que haya proporción, tomen el
partido de salirse afuera de la plaza, y venirse a nuestros territorios;
de lo que resulta infinidad de adelantamientos con esta propagación de
imposturas, y que cuantos más hombres de caudales y adictos tengamos,
más recursos se nos presentan, y a nuestros enemigos muchos menos. Para
estos ardides nos franquea un margen absoluto la diversidad de opiniones
y divisiones en que están las familias, pues unas son de un bando, otras
de otro; y, por lo tanto, se deben escribir las cartas de padres a
hijos, de tíos a sobrinos, de mujeres a maridos, etc., y además por este
orden, con cuya idea no puede dudarse, logremos dividir los ánimos e
indisponerlos de tal manera que quizá causemos disensiones y
convulsiones populares, de que podemos sacar mucho fruto, sembrando
entre ellos mismos la semilla de la discordia y desconfianza.
Las
cosas, en el estado que la antecedente reflexión menciona, presentan ya
ocasiones que no deben desperdiciarse, mandando inmediatamente a los
pueblos del Uruguay y demás principales de la campaña, una fuerza de
quinientos a seiscientos hombres con oficiales, sargentos, cabos y
demás, para que sirviendo de apoyo se vayan organizando en los mismos
pueblos algunos escuadrones de caballería y cuerpos de infantería,
teniéndose presente el haberse atraído ya a nuestro partido honrándolos
con los primeros cargos, a un Barde, negro, a un Baltasar Bargas, o a
los hermanos y primos de Artigas, a un Benavídez, a un Vázquez, de San
José, y a un Baltasar Ojeda, etc., sujetos que, por lo conocido de sus
vicios, son capaces para todo, que es lo que conviene en las
circunstancias, por los talentos y opiniones populares que han adquirido
por sus hechos temerarios: y después de éstos aquellos de quienes se
tenga informe por los jueces, y lo que éstos mismos propongan, para que
yéndose formando algunos cuerpos de tropas e instruyéndose en el arte
militar, mandándoles de aquí todo lo que fuera menester, se alisten y
comiencen a hacer algunas correrías, y a hacerse obedecer a la fuerza, y
no a las consideraciones.
Ya
alarmados los pueblos y unidas las fuerzas en masa, mandando de aquí los
jefes y una mitad de oficiales, a lo menos, de los más instruidos, que
se hallan agregados en los tercios de esta Capital, uniformándolos y
pagándoles sus sueldos corrientes, se podrá comenzar a invadir y
adelantar terreno hacia la plaza de Montevideo, para ir alarmando, y
protegiendo el sistema de aquellos pueblos inmediatos que están bajo la
garantía de aquélla, proveyéndoles al mismo tiempo de trenes, tiendas de
campaña y demás necesario.
Ya en
este caso, ningunos podrán ser más útiles para los adelantamientos de
esta empresa, que don José Rondeau, por sus conocimientos militares
adquiridos en Europa, como por las demás circunstancias expresadas, y
éste para general en jefe de toda la infantería; y para la caballería,
don José Artigas, por las mismas circunstancias que obtiene con relación
a la campaña; y verificándose estas ideas, luego inmediatamente debe de
mandarse de esta Capital el número de tres a cuatro mil hombres de tropa
arreglada, con la correspondiente plana mayor de oficiales para el
ejército, de conocimientos, talentos y adhesión a la Patria, con el plan
de combinaciones y operaciones militares que deben observar, con las
amplias facultades de obrar en todo lo demás según les pareciere más
adecuado a sus conocimientos y circunstancias. Nota. -Queda de mi cargo
presentar un plan de las instrucciones militares que deben regir las
operaciones de la campaña que se haga para la rendición de Montevideo,
con todas las circunstancias más posibles para asegurar toda su campaña
a nuestro favor en poco tiempo.
Los
hacendados que por seguir el partido contrario abandonasen sus casas,
criados y haciendas, se les llamará por edictos públicos, y si a los
terceros no compareciesen, se considerarán sus haciendas, ganados,
caballadas y demás que sean de su pertenencia, como bienes legítimos de
la patria y servirán para la manutención del ejército en la dicha
campaña.
Además, con las proclamas seductivas, halagüeñas y lisonjeras con las
frases de Libertad, Igualdad y Felicidad, se les estimulará a que
concurran los vecinos de la Banda Oriental con aquellos auxilios de
carros, carretas, caballadas, boyadas y otros que sean menester para el
tránsito y conducción de las divisiones del ejército en sus marchas,
entusiasmándolos con papeles y certificados de buenos servidores, que se
les dará por los jefes de destacamentos y demás oficiales a quienes
auxiliasen, a nombre del Gobierno Superior, mandándose de aquí en medios
pliegos de papel, documentos impresos, dejándose los correspondientes
blancos para llenarlos con las correspondientes circunstancias que sean
del caso, y si se denegasen a prestar aquellos auxilios
correspondientes, se les hará comprender que se les tendrá por malos
servidores y sospechosos a la causa que se defiende.
Luego,
en el acto de rendirse la plaza de Montevideo, todo buque grande y
pequeño, y cualquier flotante de cualquier clase y condición que sea, no
siendo inglés, portugués, americano, o de otra cualquier nación de las
amigas o neutrales, o de individuos que tengan dadas pruebas de adhesión
a la causa, por hechos u otras circunstancias, aun cuando existan dentro
de la plaza de Montevideo, todos los demás serán confiscados a beneficio
del Estado, comprendiéndose asimismo todo buque español que se halle en
la bahía de dicho puerto, con sus cargamentos y resultados, aun cuando
sean sus dueños individuos que justifiquen no haber intervenido en favor
ni en contra, mediante a que son los principales enemigos contra quienes
hacemos la guerra, en defensa de nuestra libertad.
Todas
las fincas, bienes raíces y demás de cualquiera clase, de los que han
seguido la causa contraria, serán secuestrados a favor del erario
público; igualmente los bienes de los españoles en quienes concurran las
circunstancias expresadas en la reflexión antecedente.
Igualmente deben ser secuestrados todos los bienes de todos los
individuos de cualquiera clase y condición que sean, que se hayan
hallado dentro de la plaza de Montevideo, al tiempo de su asalto o
evacuación, exceptuando los de aquellos que dejo explicados ya en la
reflexión número 14; y en la misma forma será exceptuada la parte de
bienes que toque a los hijos o herederos forzosos de los individuos que
se hayan encontrado dentro de la plaza y que les quepa la fuerza de la
ley, si aquellos han seguido nuestra causa, en servicio o no, habiéndose
hallado fuera de la plaza, dándoles y poniéndolos en posesión de la
parte que les toque, se confiscará la parte paterna o materna, y si
madre o padre se hubiesen hallado también fuera de la plaza, sólo se
confiscará la parte que pertenezca a aquella persona que teniendo
derecho forzoso, se hubiese hallado dentro de la plaza, y
consiguientemente se deja entender que no podrán ser decomisados
ningunos bienes que estando dentro de la plaza pertenezcan a alguien que
no exista en ella, y los que hubiesen sido vendidos o embargados por el
gobierno de Montevideo, será nula y de ningún valor su venta, y serán
devueltos a sus legítimos dueños, sufriendo este quebranto el que
hubiese comprado.
Serán
desterrados todos los españoles y patricios y demás individuos que no
hayan dado alguna prueba de adhesión a la causa con antelación, y los
extranjeros, si estando avecindados no justificasen haberse mantenido
neutrales, y serán conducidos a los destierros de Malvinas, Patagones, y
demás destinos que se paliasen por conveniente.
Todos
los que después de sufrir la pena de secuestro en la parte que le toque
no quisiesen sufrir la de destierro, que será de quince años, y fuesen
aptos para servir a la Patria en los ejércitos, se les alistará, si
voluntariamente quisieren, teniéndose esta consideración con aquellos en
quienes hayan concurrido algunas circunstancias de atención, que con
aquellos, en quienes no concurran ningunos miramientos ni hayan
concurrido, se les alistará en los ejércitos, detallándolos en
diferentes regimientos, y será por el término de quince años el tiempo
de su empeño. Los que no queriendo alistarse voluntariamente de los ya
referidos, siendo aptos, sin achaques, ni imposibilidad alguna por edad
ni otras circunstancias, serán destinados a los trabajos públicos; y los
que por imposibilidad, achaques o edad no fuesen aptos, éstos serán
conducidos a los referidos destierros para que cumplan únicamente su
tiempo, sin agobiarles con prisiones ni trabajo alguno y manteniéndolos
con la ración competente y demás necesario a las circunstancias que han
concurrido en sus personas, por cuenta de los fondos públicos.
Consiguientemente, con los gobernadores, jefes de la plaza, plana mayor
y demás magistrados y sujetos en quienes concurran las circunstancias
expresadas en la reflexión 7°, artículo 1ª, mediante a las causas que
dicha reflexión instruye, se procederá con arreglo a ella en todas sus
partes.
Después de tomar este orden los acontecimientos, se pasará a tratar
sobre las órdenes que sean concernientes para aunar y tripular los
buques que fueren aptos para respeto, defensa y demás operaciones que
fueren necesarias, no tripulándolos con marina española, para precaver
cualquier accidente; e igualmente se procederá por comisiones, que se
nombrarán por el Superior Gobierno, a la realización de los remates de
bienes, fincas, raíces, despachándose para el efecto noticias a lo
interior de los pueblos, de sus cantidades o especies, para los que
quisieren entrar a los remates, por pequeñas o grandes partes,
exceptuándose esta cláusula con los bienes que no sean movibles. En la
obra anunciada daré más pormenores, otras máximas de las que pueden ser
conducentes a este artículo.
[editar]Artículo
3°
En
cuanto al método de las relaciones que las Provincias Unidas deben
entablar secretamente en la España para el régimen de nuestra
inteligencia y gobierno, es el siguiente:
Deben
de recogerse por la Excelentísima Junta, tanto del Cabildo de esta
Capital, como de todos los de la Banda Oriental y demás interiores del
Virreinato, actas o representaciones que los dichos pueblos hagan a la
autoridad que actualmente manda en los restos de la España, en cuyas
deben expresar las resoluciones y firmeza con que, poniendo todos los
medios posibles, se desvelan para conservar los dominios de esta América
para el señor don Fernando VII y sus sucesores, a quienes reconocen y
reconocerán fiel y verdaderamente en vista de la peligrosa lucha, y que
sus intenciones y fines legítimos no son ni serán otros; que cualquier
especie o informes dados por algunos jefes, será una impostura que harán
por fines privados; que el haberlos suspendido de sus encargos ha sido
por demasiado celo de los pueblos, a cuya voz han tenido que sucumbir,
considerándolos a éstos como miembros creados por el antiguo gobierno
corrompido, llenos de vicios y traidores, además de otros justos motivos
que les han asistido por incidentes y pruebas de infidelidad e intrigas,
de cuyos acontecimientos reservan, para su debido tiempo, documentos
justificativos y originales; que la América nunca se halló en tanta
decadencia como en el presente, por la poca energía y mal gobierno: que
el haber desarmado las autoridades de la Capital el año antecedente los
cuerpos o tercios que se hallaban sobre las armas de los europeos, bajo
de otros pretextos que entonces se fingieron, y retirado la mayor parte
de las milicias que igualmente se hallaban en servicio, ha sido
descubierta esta trama, que no fue sino con concepto hacia las miras
capciosas que la autoridad reservaba, de entregar estos países a
Francia, según las correspondencias que se han descubierto con ésta; que
desde el gobierno del último virrey se han arruinado y destruido todos
los canales de la felicidad pública, por la concesión de la franquicia
del comercio libre con los ingleses, el que ha ocasionado muchos
quebrantos y perjuicios; que igualmente disensiones populares en algunos
pueblos son únicamente la causa de que dividiéndose las opiniones
quieren negar no solamente la obediencia a la Capital, sino aun a los
mismos magistrados de sus pueblos, por cuya circunstancia se han tomado
las precauciones del envío de algunas tropas a ellos para castigar a los
rebeldes que, queriendo formar partidos a la capa de los antiguos
magistrados, siembran especies seductoras, para perpetuar en el mando a
sus favoritos; también debe hacerse presente cuantos vicios y tachas
hayan tenido los antiguos magistrados, exagerándolas en la más debida
forma.
En
esta inteligencia, todas las representaciones de los cabildos, bajo
éstas y otras circunstancias de las cuales se les instruirá, deben ser
todas unánimes y conformes en el sentido literal de sus contenidos, con
la diferencia de las circunstancias que cada una de ellas tengan que
añadir con respecto a la conducta privada de sus gobernantes, sin omitir
de instruir igualmente a todos los cabildos de los papeles públicos que
Liniers y Cisneros dieron a luz, en los cuales se contenían aquellas
proclamas que causaron tantas agitaciones; como de todas las referidas
tramas del referido Liniers, cuando la capitulación con los ingleses, de
las circunstancias precedidas con el emisario francés que mandó
Napoleón, y su correspondencia con éste por medio de don Juan Perichón.
En fin, debe ponerse en práctica cuanto sea concerniente a entretener y
dividir las opiniones en la misma España y haciendo titubear y aparentar
por algún tiempo hasta que nuestras disposiciones nos vayan poniendo a
cubierto.
En los
mismos términos, deben todos los cabildos hacer presente la energía y lo
justo del nuevo gobierno, el que se esmera en fomentar las artes,
agricultura e industria, para cuyo efecto se toman con la mayor
actividad las providencias, de cuyas se esperan sean muy felices sus
resultados; que igualmente se va creando un número suficiente de tropas
bajo la exacta disciplina, a fin de poner a cubierto estos preciosos
países de alguna tentativa por el tirano de la Europa, cuyo número de
ellas no bajará de veinte a veinticinco mil hombres; que asimismo se
trata del fomento de los minerales de oro y plata, cuyos resultados
serán pruebas fidedignas, luego que se cubran los gastos que la mutación
del gobierno ha causado, mandando los socorros que sean posibles para
ayuda de la lucha contra el tirano de la Nación.
Estas
y otras clases de exposiciones por diferentes estilos, de los varios
acontecimientos y casos que favorezcan nuestras ideas, deben ser
pintadas y expuestas con viveza y energía, doradas al mismo tiempo con
el sublime don de la elocuencia, acompañadas con algunos datos y
documentos positivos, que reunidas con la unión de votos e informes de
unas tan vastas provincias, ¿qué carácter no deben imprimir y qué fuerza
no deben de hacer un cúmulo de combinaciones con todas las formalidades
del derecho?
En la
misma forma y dirigidas al mismo fin, en iguales términos, deben
acompañar expedientes de cada pueblo, informados por treinta, cincuenta
o cien de los sujetos más conocidos y condecorados, ya por sus negocios,
riqueza u otras circunstancias, a que ninguno será capaz de negarse,
cuando no hay un principio conocido y radical de nuestro fin, cuando
además el terror les obligará a estas declaraciones, y reuniéndose todas
estas circunstancias en la forma expresada, deben mandarse por una
comisión secreta de tres hasta cinco individuos que sean de talento, que
atesoren el don de la palabra, y últimamente que sean adornados de todas
las cualidades necesarias para que presentados a la autoridad suprema
que en la actualidad gobierna, representen con el mayor sigilo los fines
de su comisión y documentos que acompañen, y, sorprendiéndola de esta
suerte, conseguiremos que nuestros enemigos no antepongan sus influjos y
gestiones hasta que a lo menos hayamos sido oídos, entreteniendo
asimismo alguna parte del tiempo con la diversidad de opiniones y
conceptos que formarán.
Estas
mismas negociaciones deben entablarse con el mismo fin, por diferentes
diputaciones, en el gabinete inglés y portugués, para que como aliados
de la España y enemigos de la Francia, vean que llevamos por delante el
nombre de Fernando y el odio a Napoleón, para que, junto con otras
relaciones que debemos entablar en estos gabinetes, no se nos niegue los
auxilios que necesitemos sacar de sus estados por nuestro dinero, como
armas, municiones, etc., y a lo menos que, suspendiendo el juicio
mantengan una neutralidad, cuando además, a unas distancias inmensas
poco o nada podrán labrar, ni asegurar los papeles públicos de nuestros
enemigos, compareciendo igualmente los nuestros; y viendo que todos
aborrecemos a Napoleón y confesamos a Fernando, careciendo precisamente
de conocimientos interiores en la materia, resulta que no pueden
perjudicarnos sus juicios, respirando todos un mismo lenguaje, y hasta
podrán dudar por algún tiempo cuál sea el partido realista; no diré que
estas tramas no puedan descubrirse, pero poco cuidado debe dársele a la
Patria, si se le franquea tiempo para ir realizando sus miras, y
estorbando que la España pueda remitir algunas tropas en la infancia de
nuestro establecimiento.
También será muy del caso que nuestra diputación, con la mayor reserva,
seduzca y atraiga de la España, algunos ofíciales extranjeros o
nacionales, que sean de talento, o facultades en alguno de los ramos
militares, fundidores o que posean algún arte de los que carecemos y nos
son muy del caso, ofreciéndoles premios y distinciones e igualmente el
viaje hasta esta América. En la obra anunciada también se comprenderán
algunas reflexiones acerca de las relaciones que estos diputados deben
entablar en una clase de negociación, ya explicada en este último
artículo.
[editar]Artículo 4°
En
cuanto a la conducta que debemos mantener con Portugal y la Inglaterra,
como más propia, es la siguiente:
Nuestra conducta con Inglaterra y Portugal debe ser benéfica, debemos
proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos y
preferirlos, aunque suframos algunas extorsiones; debemos hacerles toda
clase de proposiciones benéficas y admitir las que nos hagan; igualmente
debemos proponerle a la Inglaterra un plan secreto, que daré por
separado, con consulta del Gobierno Provisional, sobre algunas ideas,
las cuales proporcionan verdaderamente ventajas que su comercio puede
sacar de estos preciosos países, las que no puede dejar de admitir,
siendo ventajosas a las conocidas ideas de un sistema actual y a las que
propenderán nuestros medios y esfuerzos, para que mire la justicia de
nuestra causa, los fines de ella, que son los que los papeles públicos
relacionan y manifiestan, las causales que nos han movido, cuyas son las
mismas que presentan los cabildos, gobiernos e informes de los pueblos;
asimismo los bienes de la Inglaterra y Portugal que giran en nuestras
provincias deben ser sagrados, se les debe dejar internar en lo interior
de las provincias, pagando los derechos como nacionales, después de
aquellos que se graduasen más cómodas por la introducción; últimamente,
haciendo sacrificios, debemos atraernos y ganar las voluntades de los
ministros de las cortes aunque sea a costa del oro y de la plata, que es
quien todo lo facilita.
Persuadidos de que Portugal, por los distintos intereses que le ligan
con la Corona de España, tanto por la unión y alianza presente, el
parentesco con Fernando, y los derechos que tienen sus sucesores a
aquella corona, cuyas gestiones a esta América son bien notorias por la
señora princesa Su alteza Real Doña Carlota Joaquina de Borbón, hechas
por su agente o enviado don Felipe Contucci, es consiguiente que
empeñada la plaza de Montevideo y puesta en apuros, se den, a esfuerzos
de dicha señora, los socorros de tropas y demás necesario, y a pesar de
las disposiciones que podamos poner en práctica para estorbarlo, no
debemos dudar se den aquellos auxilios; y en este caso es preciso usar
de toda la fuerza de la estratagema y el ardid para los diferentes
fines, y antes que las tropas lleguen, no debemos omitir tocar todos los
resortes que sean posibles en la corte de Brasil, con los primeros
magistrados y principalmente con el embajador inglés.
En
esta suposición, en primer lugar, debemos ganarnos las voluntades con
dádivas, ofertas y promesas de los primeros resortes inmediatos al
gobierno de Montevideo, porque, como legos que son sus gobernantes, y
que en nada proceden, ni deliberan sin asesores, secretarios, y
consultores, éstos con su influjo, pareceres y consejos, empleando toda
su fuerza con una política refinada, le harán concebir al gobierno con
las instrucciones que reservadamente le enviemos, luego de asegurar su
influjo: que Portugal procede de mala fe, que se mire a los antecedentes
de las reclamaciones que la señora princesa tiene hechas, no sólo a la
Capital de Buenos Aires, sino a la corte de España con relación a sus
derechos; que asimismo se premediten a fondo los autos y antecedentes
remitidos por el embajador Casa Irujo; de suerte que, reunidas todas
estas circunstancias unas con otras y demás datos que al mismo tiempo
daremos nosotros por separado, le inclinamos, cuando la plaza no se
hubiese rendido ya, y los portugueses nos apurasen, a que tratemos de un
armisticio o composición; y últimamente el fin es que nuestros influjos,
exposiciones y dinero proporcionen enredar al gobierno de Montevideo con
el gabinete de Portugal, por medio de sus mismos alegatos, indisponiendo
los ánimos de ambos con las tramas e intrigas, que éstas aquí no pueden
figurarse, porque además que son susceptibles de variar con los
acontecimientos que vayan sucediendo, sería excusado exponer algunas de
ellas; pues el resultado es que a costa de proposiciones ventajosas y
sacrificios del oro y la plata, no dudemos que guiadas las cosas por el
embajador inglés, que es el resorte más esencial y principal que
gobierna y dirige, por sus respetos, las operaciones del gabinete del
Brasil, alcancemos cuanto queramos.
Los
movimientos de las tropas, que según tenemos noticias extensas, han de
moverse de San Pablo, Río Pardo, y demás del Río Grande, en principios o
fines de octubre, bajo la dirección del Capitán General de la Capitanía
de Río Grande del Sud, don Diego de Souza, nos aseguran que tienen
algunos fines, y que nuestros cálculos por los informes no pueden
fallar, y, cuando llegasen probablemente a verificarse, debemos también
con antelación tomar todas las medidas conducentes a lo menos para
entretener la morosidad de sus jornadas, valiéndonos de quitarles todo
auxilio de caballadas, ganados, carretas y demás que puedan ayudarles a
la rapidez de sus marchas. Consiguientemente, según las noticias
radicadas que tenemos por los agentes, y sujetos de nuestra parcialidad,
en aquellos destinos de Río Grande, sobre la conducta corrompida del tal
Souza, según cada uno la pinta indistintamente, como si todos de
mancomún acuerdo hubieran uniformado sus pareceres, nos dan margen a
darles el mayor ascenso, que el dicho Souza es, como nos dicen, lleno de
vicios, mal visto de todos, adusto y de poco concepto público, venal
escandaloso, apegado al interés y al negocio; de suerte que un hombre de
estos principios no sirve sino para descontentar los ánimos y hacer
infructuosas las más de las veces las diligencias de sus tareas, y por
de contado un carácter como éste, es para todo y capaz de todo; por el
oro y otras consideraciones que se tengan con él, cuando no en el todo
de nuestras intenciones, lo podemos atraer, a lo menos en alguna parte
que nos sea ventajosa, concurriendo igualmente las circunstancias del
crédito que tiene y goza en la corte con los primeros ejes de aquella
monarquía, cuyos motivos le amplían y franquean todo procedimiento que
pueda usar bajo la garantía que disfruta, por la que y con sus informes
como jefe del ejército, los que deben ser atendidos, por la confianza
que de él se haga, pueden ser causales, y de las más principales, para
coadyuvar a las miras de nuestros intentos, cerca de nuestras
reflexiones.
Últimamente, cuando hay poca esperanza de éxito de un negocio es máxima
de los más grandes talentos arrojarse a una deliberación la más
arriesgada; y en esta inteligencia debemos proponer a la Inglaterra que,
para que mantenga su neutralidad y la corte del Brasil abandone la causa
de Montevideo, la persuada con pretextos que se hacen a su autoridad y
respetos, por algún gobierno de Montevideo (que un gran talento
acompañado de dignidad y concepto, es capaz de hacerse concebir
semejantes ideas) que igualmente, con reserva y sigilo, se nos franquee
por la corte de Inglaterra los auxilios de armamentos, y demás
necesarios por los justos precios; que bajo el respeto de su bandera se
conduzcan nuestros diputados a los parajes de ultramar donde se les
destine; asimismo siempre que por el Río de la Plata tengan nuestros
diputados o comisionados que desempeñar algunos encargos o conducciones
de municiones, armamentos o caudales de esta Capital a la Banda
Oriental; y en la misma forma cuando necesitemos sean conducidos bajo su
bandera diputados nuestros, que se dirijan a la plaza de Montevideo con
algunas proposiciones o avenencias, mediante a que nosotros no tenemos
marina alguna, y nuestros enemigos tienen inundado todo el Río de la
Plata y sus canales infinidad de buques, los que pudieran las más de las
veces interceptarnos nuestros recursos; y ésta bajo la protección de un
disimulo político.
En la
misma forma debemos solicitar de la Inglaterra, transando la cuestión
por principios combinados, que declare públicamente aquel gabinete que
por ningún pretexto se halla obligado a aquella corte, a pesar de la
liga ofensiva y defensiva, contra el tirano de la Europa, a sostener en
las disensiones domésticas una parte, o partes de la monarquía española,
contra otras de la misma, por diferencias de opiniones, del modo cómo
deben ser reglados sus respectivos gobiernos, siempre que no desconozcan
a Fernando, y al mismo tiempo acrediten por obras y palabras el odio al
tirano de la Francia.
Y en
consecuencia de las varias exposiciones propuestas, benéficas y
ventajosas, que nuestros agentes deben entablar en aquel gabinete, como
un tratado reservado debemos proponerle también, y obligándonos en toda
forma, a que siempre que la España quedase subyugada por la Francia, y
aun cuando no la subyugase (cuyo caso está muy remoto por las
apariencias) y aquel gabinete nos protegiese reservadamente, con los
auxilios y demás circunstancias que graduemos, para el efecto de
realizar nuestra independencia, haremos entonces una alianza ofensiva y
defensiva, protegiéndonos mutuamente en aquellas circunstancias con toda
clase de auxilios, y ésta a lo menos por el término de veinte a
veinticinco años; por condiciones que entonces se tratarán entre ambos
gabinetes, bajo un acomodamiento o proposiciones más adecuadas, propias
y benéficas a los intereses de ambas naciones, haciéndole al mismo
tiempo señor de la isla de Martín García, cuyo plano debe mandarse sacar
con todas las circunstancias de su magnitud interior, extensiones,
aguas, frutos y calidad de su temperamento y puerto; para que,
poblándola como una pequeña colonia y puerto franco a su comercio,
disfrute de ella como reconocimiento de gratitud a la alianza y
protección que nos hubiese dispensado en los apuros de nuestras
necesidades y conflictos.
[editar]Artículo 5°
En
cuanto a las comisiones que deben entablarse por nuestros agentes en lo
interior y demás provincias dependientes de este gobierno, para
consolidación de nuestro sistema, son las siguientes:
En
cuanto a este artículo, creo que tengo dado ya algunas ideas de los
fines y comisiones que nuestros agentes deben desempeñar en lo interior
de las provincias del Virreinato, pero añadiré que, como sus comisiones
en los pueblos que estén a nuestra devoción no necesitan ser ocultas,
aun cuando algunos de sus fines lo sean, deben observar éstos, con
particularidad y atención, la conducta de los nuevos gobernantes y
empleados, como la opinión del público, con lo demás que sea del caso
poner en la noticia del Gobierno, para su inteligencia y deliberaciones,
reservando aquellos puntos en que se les instruya por separado en las
instrucciones secretas o públicas; al mismo tiempo supliendo con su
energía y talento la falta de imprentas en aquellos pueblos, circulando
por papeles manuscritos algunos periódicos alusivos al sistema, a fin de
que con esta política se atraiga con la nueva doctrina, y se excite a
sus habitantes a abrazar deliberadamente la causa de la libertad de la
Patria; estos agentes necesitan ser hombres de algún talento,
ilustración e instruidos en las historias, y que juntamente atesoren el
sublime y raro don de la elocuencia y persuasiva, y además adornados de
cualidades y circunstancias que los caractericen, para que se forme
concepto y respeto de su persona; y a éstos se les debe pasar estas
especulaciones.
En los
pueblos enemigos que aún no hubieren sucumbido, donde tengan que
mantenerse bajo el pie de unos simples comerciantes, será de su conato,
siempre que haya ocasión, participar todos los resultados (sin
comprometerse a sí ni a ninguno) de aquellas comisiones ocultas que se
les confiera por medio de las instrucciones que se les dé, pero como los
acasos son derivados unos de otros, después de algunas reflexiones
generales que tengo ya hechas, no me es posible proponer los que las
ocasiones deben facilitar.
[editar]Artículo 6°
En
cuanto a los arbitrios que deben adoptarse para fomentar los fondos
públicos luego que el Perú y demás interior del Virreinato sucumban,
para los gastos de nuestra guerra, y demás emprendimientos, como
igualmente para la creación de fábricas e ingenios, y otras cualesquiera
industrias, navegación, agricultura, y demás, son los siguientes:
Entremos por principios combinados, para desenvolver que el mejor
gobierno, forma y costumbre de una nación es aquel que hace feliz mayor
número de individuos; y que la mejor forma y costumbres son aquellas que
adopta el mismo número, formando el mejor concepto de su sistema;
igualmente es máxima aprobada, y discutida por los mejores filósofos y
grandes políticos, que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a
proporción de lo grande de un estado, no sólo son perniciosas, sino que
sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder
absorben el jugo de todos los ramos de un estado, sino cuando también en
nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la
sociedad; demostrándose con una reunión de aguas estancadas, cuyas no
ofrecen otras producciones sino para algún terreno que ocupan, pero si
corriendo rápidamente su curso bañasen todas las partes de una a otra,
no habría un solo individuo que no las disfrutase, sacando la utilidad
que le proporcionase la subsistencia política, sin menoscabo y
perjuicio.
También sentaré el principio, para después deducir, que cuando se
proyecta una negociación reflexionando su origen, medios y fines, e
igualmente combinando sus resultados bajo de datos positivos
comprobados, de cuyos cálculos resulta evidentemente una cierta y segura
utilidad, sería un entendimiento animado de la torpeza, aquel a quien
proporcionándosele todos los recursos necesarios para una empresa
semejante, no la emprendiese por falta de ánimo y nimiedad de espíritu,
y en consecuencia de ambos axiomas, contestando a la primera proposición
digo: ¿Qué obstáculos deben impedir al Gobierno, luego de consolidarse
el Estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar unas
providencias que aun cuando parecen duras en una pequeña parte de
individuos, por la extorsión, que pueda causarse a cinco o seis mil
mineros, aparecen después las ventajas públicas que resultan con la
fomentación de las fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos en
favor del Estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos?
Consiguientemente deduzco, que aunque en unas provincias tan vastas como
éstas, hayan de desentenderse por lo pronto cinco o seis mil individuos,
resulta que como recaen las ventajas particulares en ochenta o cien mil
habitantes, después de las generales, ni la opinión del Gobierno
claudicaría ni perdería nada en el concepto público cuando también
después de conseguidos los fines, se les recompense aquellos a quienes
se gradúe agraviados, con algunas gracias o prerrogativas. Igualmente
deduzco también de qué sirven, verbigracia, quinientos o seiscientos
millones de pesos en poder de otros tantos individuos, si aunque giren,
no pueden dar el fruto ni fomento a un estado, que darían puestos en
diferentes giros en el medio de su centro, facilitando fábricas,
ingenios, aumento de agricultura, etc., porque a la verdad los caudales
agigantados nunca giran ni en el todo, ni siempre y, aun cuando alguna
parte gire, no tiene comparación con el escaso estipendio que de otra
manera podría producir el del corto derecho nacional, y tal vez se halla
expuesto a quiebras, lo que en la circulación del centro mismo del
estado no está mayormente expuesto a ellas; y resulta asimismo, además
de lo expuesto, que haciéndose laboriosos e instruidos los pueblos de
una república, apartándolos del ocio y dirigiéndolos a la virtud,
prestan una utilidad con el remedio de las necesidades que socorren a
los artesanos, fomentando al mismo tiempo cada país.
En
esta virtud, luego de hacerse entender más claramente mi proyecto, se
verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos,
puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes,
agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente
laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente
nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no
hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido,
son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente
porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan; pero como
esta materia no sea de este tratado, paso a exponer los medios que deben
adoptarse para el aumento de los fondos públicos.
En
consecuencia, después de limpiar nuestros territorios totalmente de los
enemigos interiores y asegurar nuestra independencia, tanto para cubrir
los empeños del Estado, como para nuestros emprendimientos y demás que
sean necesarios, débese, tomando las providencias por bandos, papeles
públicos y beneplácito de todos los pueblos por sus representantes,
proponiendo los fines de tal emprendimiento, manifestando las ventajas
públicas que van a resultar tanto al pobre ciudadano como al poderoso, y
en general a todos, poniendo la máquina del Estado en un orden de
industria que facilitará la subsistencia a tantos miles de individuos, y
es que después de estas precauciones políticas, se prohíba absolutamente
que ningún particular trabaje minas de plata u oro, quedando el arbitrio
de beneficiarla y sacar sus tesoros por cuenta de la Nación, y esto por
el término de diez años (más o menos) imponiendo pena capital y
confiscación de bienes, con perjuicios de acreedores y de cualquier otro
que hubiere derecho a los bienes de alguno que infringiese la citada
determinación o mandato, para que con este medio no se saque, ni trabaje
ocultamente en algunos destinos ninguna mina de plata u oro, y además
los habilitadores, herederos y acreedores que tengan derecho a los
bienes de algún individuo, lo estorben, celen, y no lo permitan, pues
sin otra pena más, les cabrá la de sólo perder la acción que hubieren a
ellos por haber infringido aquellos esta ley, incurriendo en un delito
de lesa patria; pues quien tal intentase, robará a todos los miembros
del Estado, por cuanto queda reservado este ramo para adelantamientos de
los fondos públicos y bienes de la sociedad.
Además, para este efecto, tanto en el Perú, como en los demás parajes de
minas concedidas que se han trabajado hasta aquí, debe obligarse a todos
los mineros a que se deshagan de todos los instrumentos, vendiéndolos al
Estado por sus justas tasaciones, igualmente los repuestos de azogues y
demás utensilios.
En
este estado ya, y habiéndose con antelación tomado las medidas capaces
para proveernos de azogues, por mano de alguna nación extranjera, débese
asimismo tratar de la creación de las casas de ingenios, creando todas
las oficinas que sean necesarias, como laboratorios, casa de moneda y
demás que sea del caso, donde no las hubiese; omitiendo toda explicación
por no ser de mi conato, y proveyéndolas de buenos ingenios mineros,
trabajadores, directores, etc.
Asimismo debe tratarse por comisiones de hacer nuevos descubrimientos
minerales, mandando al mismo tiempo a todos los dichos de plata y oro
comisiones para acoplar todo el tesoro posible; y en menos de cuatro
años podremos, sin duda, adquirir fondos para la realización de los
nuevos establecimientos.
A la
nueva moneda, dadas tales circunstancias, con arreglo al valor que ahora
tiene, se le debe mezclar una parte, tanto al oro como a la plata, que
le rebaje de su ley un 15 ó 20 por ciento, con cuya utilidad debemos
contar anualmente, pues siendo la moneda, como es en todas partes, un
signo o señal del premio a que por su trabajo e industria se hace
acreedor un vasallo, como igualmente un ramo de comercio, que
probablemente se creó para el cambio interior con las demás producciones
de un estado, es arbitraria su alteración cuando las circunstancias la
requieran, y cuando se combine por un sistema ventajoso; véanse las
historias antiguas de la Grecia, y se encontrará que en una de sus
épocas, no sólo desterró Licurgo en Lacedemonia (uno de sus
establecimientos) toda moneda de oro y plata, para refrenar la codicia y
ambición, sino que introdujo monedas de fierro, que para llevar una sola
necesitaban un carro (que son cien pesos nuestros). Estos calcularon
mejor que nosotros los principios de la política sobre esta materia;
cuando es notorio y evidente que el rey más poderoso tiene más enemigos,
que por todos modos acechan para su ruina y que sólo la exportación y el
cambio de los frutos es la única necesidad que tiene un estado para su
completa felicidad, bien claro manifiesta esta máxima el buen régimen y
costumbre del grande Imperio de la China. Trato de cortar este punto,
porque siendo por otros principios más dilatado, nada diríamos, aun
cuando dijésemos algo que sea capaz de iluminar las razones que hay para
adoptar este sistema; y también son de las que hablaré por más extenso
en la obra anunciada.
Además, es susceptible que, muchos europeos, cuya estirpe es la que en
todas estas provincias obtienen los gruesos caudales, no adaptándoles el
sistema, traten de emigrar llevándoselos al mismo tiempo o remitiéndolos
por otros conductos que los pongan a salvo, vendiendo asimismo sus
fincas y establecimientos, lo que causaría una grande merma a la
circulación del Estado este grande cúmulo de exportaciones tan
poderosas. En esta virtud debe nombrarse, en cada pueblo, una comisión
de cuatro a cinco sujetos, a proporción de la población de cada uno,
para que, en un término fijado, formen un estado de todos los caudales,
bienes, fincas, raíces y demás establecimientos, con especificación
particular de los de cada uno y lo presenten en dicho término al
Superior Gobierno, quien inteligenciado de todos sus pormenores, debe
mandar se publique por bando con la mayor solemnidad, irrevocable en
todas sus partes, sin admisión de recurso alguno en la materia,
constituyéndolos al mismo tiempo no sólo por sospechosos, sino por reos
del Estado; y es que, en término de quince o veinte años, ningunos
establecimientos, fincas, haciendas de campo, u otra clase de raíces
puedan ser enajenadas, esto es, vendidas a ninguno, cuando no concurra
la circunstancia evidente y comprobada que se deshace de alguna parte de
sus bienes o del todo por una absoluta necesidad que le comprometa, pues
en tal caso el que comprase dichos bienes sin el conocimiento del
Gobierno y verificase la emigración de aquel que vendió y exportación de
sus valores, aunque sea pasado cualquier término, les serán decomisados
para los fondos nacionales los mismos establecimientos, o sus justos
valores; sobre este punto instruirán las restricciones o artículos que
deben estipularse hasta fenecido el término de este mandato, sobre las
ventas, compras y demás concernientes a la materia.
Que
igualmente todo negociante europeo, por el mismo término no podrá
emprender negocios a países extranjeros, con el todo de su caudal, ni
hipotecando establecimientos o raíces algunos, en cambio de otros frutos
movibles, sin el completo conocimiento del Gobierno adonde competa su
jurisdicción, pero si de hecho resultase algún fraude será nula y de
ningún valor la referida hipoteca; pues cuando más, y eso con las
imposiciones que hubiere a bien establecer el Gobierno, sólo podrá girar
con la mitad de su referido caudal que obtuviese, para que circulando la
otra mitad en el centro del Estado, sea responsable y fiadora de aquella
parte que extraiga con semejante fin.
En los
mismos términos, no podrá hacer habilitación o préstamos a nacionales,
ni extranjeros si no es en la misma forma, y bajo las condiciones que
para ello se impondrán, para que bajo de fraude alguno no puedan
trasponer sus caudales a reinos extranjeros, ni disminuir de este modo
el giro del centro del Estado.
En la
misma forma, si de alguna negociación en reinos extranjeros resultase
alguna grande o total pérdida de aquellos fondos que extrajo, deben con
todos los requisitos que se les obligue en las instrucciones que para
estos fines se establecerán, probarlo ratificadamente y en la más debida
forma, para levantar la responsabilidad a que estén sujetas las demás
partes de bienes que quedaron a su fianza. Sobre estos puntos ya
referidos hablaré extensamente en la obra anunciada, como sobre los
medios que deben adoptarse en el establecimiento de la casa de seguros
nacionales, que debe crearse para las negociaciones a países
extranjeros, de que podrán resultar grandes ingresos a los fondos
públicos; como igualmente los casos en que el Estado será acreedor a
heredar y recuperar las riquezas que salieron de su centro, de los que
murieron sin herederos en la América, aunque en otros reinos los tengan;
circunstancias y demás requisitos que deberán concurrir que, sujetados a
ellos, podrán también forzarlos aun cuando sean extranjeros.
Puestas las cosas a la práctica con la eficacia y energía que requiere
la causa, hallándose con fondos el Estado, debe procurar todos los
recursos que sea menester introducir, como semillas, fabricantes e
instrumentos, y comenzando a poner en movimiento la gran máquina de los
establecimientos para que progresen sus adelantamientos, han de
señalarse comisiones para cada ramo separados, sin que los
establecedores de una clase de ingenios, tengan que intervenir en otra,
sino cada tribunal atender al ramo sobre que le amplíen sus
conocimientos, y de esta suerte detallándose los negocios, y atendiendo
igualmente a todos, todos tendrán un igual movimiento, aunque unos sean
más morosos que otros en la conclusión de su establecimiento, y
establecidos ya se disolverán las comisiones particulares, creándose
entonces un tribunal, que bajo de sabias disposiciones y leyes,
abarcando todos los ramos, tenga conocimiento en su fomentación y
recursos que deban adoptarse para gobernarlos y dirigirlos a la
consecución de su grandeza y felicidad pública. Mucho podría haber dicho
aquí sobre ésta y otras materias; pero como sus ideas están concebidas y
arregladas para la obra que débese presentar al Superior Gobierno y por
no repetir, me es indispensable el suprimirlas en este plan.
[editar]Artículo 7°
En
cuanto a las relaciones secretas que nuestros agentes y enviados deben
desempeñar en los países extranjeros, como en Portugal e Inglaterra, son
las siguientes:
En
cuanto a este punto debo de decir que, incluyéndose algunas reflexiones
sobre las comisiones que deben entablar nuestros agentes en los países
extranjeros en el artículo 4°, que trata de la conducta que debemos
observar con estas dos naciones, añadiré que tanto el desempeño de
aquéllas como el de las demás sobre este particular deben ser ejercidos
por dirección y conducto de conocidos talentos, no omitiéndoles la
contribución, ni dejando de asistirles con cuantos intereses sean
necesarios, para persuadir y apoyar nuestros intentos, siempre por
delante con las consideraciones y propuestas de intereses benéficos que
les deben resultar, para poder merecer la protección que necesitamos,
principalmente de la Inglaterra, mediante a que conocemos en dicha
nación, en primer lugar, ser una de las más intrigantes por los respetos
del señorío de los mares, y lo segundo por dirigirse siempre todas sus
relaciones bajo el principio de la extensión de miras mercantiles, cuya
ambición no ha podido nunca disimular su carácter, y bajo estos mismos
principios han de ser los que dirijan nuestras empresas hacia sus
consecuciones en aquella corte.
En
igual manera, como sus casos han de proponerse por principios
diplomáticos y muy circunstanciados, sería echar aquí un borrón con
querer expresar en asuntos tan vastos algunas reflexiones con cortas
exposiciones, y, en cuanto a que los medios que nos sean precisos tentar
conocimiento de la misma Inglaterra, mientras dure la alianza con ella,
o por mejor decir, la vergonzosa e ignominiosa esclavitud en que lo
tiene; pues en realidad, no pudieron hacerse mejores comparaciones por
ningún político instruido, que aquellas que hizo aquel famoso francés,
en que hablando de la opulencia, riqueza, libertades y dones que por la
naturaleza poseía cada uno de los distintos estados del orbe, llegando a
Portugal, dice: Portugal no es nada, pero ni tampoco es para nada, su
riqueza es la causa de su ruina, porque si su política más instruida
invirtiese los tesoros que emplea para esclavizarle, en antemurales más
respetuosos a su dignidad, grandeza y decoro que le es debido, tal vez
sería disputado y reñido por las demás naciones el merecimiento de su
alianza; las historias antiguas de la Francia y de otras naciones
demuestran evidentemente que no tantas veces solicitó Portugal la
amistad y alianza, como las diferentes que se las propusieron las
distintas naciones, por sus intereses y fines particulares; no se han
soterrado aún en los anales de las historias la memoria del
procedimiento y conducta que la Francia y otras naciones han usado con
la dinastía de Portugal, después de auxiliarla, haciéndola sacrificar y
vendiéndola a sus miras particulares de ambición e intrigar por fines
privados.
Últimamente, si Portugal entrase a profundizar con más política, cuál es
el abatimiento en que la Inglaterra lo tiene por causa de su alianza,
presto hallaría la refinada maldad de sus miras ambiciosas, pues no debe
creer que aquel interés sea por el auxilio de sus tropas, ni de su
marina porque claramente se deja entender que sus fines no son sino
chuparle la sangre de su estado, extenuándolo de tal suerte que tal vez
sus colonias americanas se conviertan en inglesas algún día, porque si
después de otros fines particulares, el principal fuese la extracción
que hace de sus frutos coloniales, ¿qué más podría apetecer la
Inglaterra? y entonces ¿para qué necesitaría su amistad y alianza? Bien
claramente se deja entender que para nada, quedando asimismo agradecido,
en caso semejante, si pudiese conservarse en Europa por los respetos de
la España, si triunfase de sus enemigos; pero Portugal se desengañará a
costa de su sangre y destruirá su despotismo, regenerando sus
corrompidas costumbres, y conocerá los derechos de la santa libertad de
la naturaleza.
En
esta virtud, cuando las estrechas relaciones de una firme alianza con la
Inglaterra nos proporcionen la satisfacción de nuestros deseos con aquel
gabinete, nuestros ministros diplomáticos deben entablar los principios
de enemistades e indisposiciones entre Portugal y la Inglaterra; y
tomando los asuntos aquel aspecto que nos sea satisfactorio, debemos
entrar a las proposiciones de los rompimientos con Portugal, con
relación a conquistar la América del Brasil, o la parte de ella que más
nos convenga, luego de combinar nuestros planes, que para el efecto
trabajaremos con antelación, por medio de la guerras civiles; combinando
al mismo tiempo, por medio de la tratados secretos con la Inglaterra,
los terrenos o provincias que unos y otros debemos ocupar, y antes de
estas operaciones hemos de emprender la conquista de la campaña del Río
Grande del Sud, por medio de la insurrección, y los intereses que
sacrificaremos bajo el aspecto de proteger la independencia, y los
derechos de su libertad; éstas y otras comisiones son las principales
que nuestros agentes deben entablar, dándoles para ello las
instrucciones necesarias, midiendo las negociaciones con el tiempo y
conforme a sus acasos, que como la cadena de la fortuna a quien los ha
de proporcionar, omito aquí la explicación de algunos casos, cuando
además, en la referida obra Intereses de la Patria, etc., manifiesto lo
suficiente sobre la materia.
[editar]Artículo 8°
En
cuanto a las comisiones y clases de negocios que nuestros agentes y
emisarios deben entablar reservadamente en las provincias del Brasil,
para sublevarlas, haciéndoles gustar de la dulzura de la libertad y
derechos de la naturaleza, son las siguientes:
Aun
cuando esta materia es muy vasta y requiere muchos y muy sólidos
principios, y aunque no me extienda tanto como ella pide, en las
instrucciones anunciadas, haré presente algunas de las que aquí
manifiesto para el entable de este grande proyecto. En esta
inteligencia, suponiendo que nuestra libertad e independencia de la
España estriba ya en principios fijos, y que nuestras relaciones con la
Gran Bretaña se hayan estrechado a medida de nuestro deseo, hallándose
evacuada la plaza de Montevideo y puesta en orden de defensa,
tranquilizándose su campaña y haciendo volver a sus habitantes, por
edictos ejecutivos, a ocupar los pueblos y atender el curso de su
comercio, industria y agricultura, como igualmente hallándose el erario
público con algunos fondos, resultados de las disposiciones dichas, que
con antelación de uno o dos años deben haberse emprendido, entonces
arreglando los batallones de milicias de la campaña y escuadrones de
caballería que deben crearse de los habitantes de la misma, con relación
a la fuerza de vecindario que cada pueblo tenga, se debe guardar y
conservar en la plaza de Montevideo y su vasta campaña hasta el número
de diez mil hombres de tropa de línea; de cuyo número, seis mil deben
guarnecer las fronteras, ocupando los puestos del Cerro Largo, Santa
Teresa y demás antiguos. En la misma forma los regimientos de infantería
y escuadrones de caballería de las milicias de la Banda Oriental, hasta
las márgenes del Uruguay, deben de componerse hasta el número de seis
mil hombres; en los pueblos de Misiones, provincia de Corrientes y su
jurisdicción, además de dos mil hombres de tropa de línea que deben
mantenerse en aquella provincia, el reglamento de sus milicias debe
ascender hasta el número de tres mil hombres; asimismo en la ciudad de
la Asunción del Paraguay, además de mil hombres de tropa de línea, sus
milicias deben contar de cuatro a cinco mil hombres, y en esta forma,
guarnecidas nuestras fronteras con unas fuerzas de respeto, ocupando sus
puestos, siempre las tendremos prontas para nuestros emprendimientos y
demás operaciones.
Los
comandantes de dichas fronteras, además de ser hombres en quienes
concurran unos completos conocimientos militares, deben también tener
las circunstancias de talento, discreción, prudencia y algunos
principios de escritores, para los fines que expresaré.
Luego,
inmediatamente, deben mandarse agentes en clase de comerciantes, o de
otras maneras, a proporción de la magnitud de cada pueblo, a todos los
destinos del Río Grande del Sud, en virtud que entonces deberemos haber
estrechado ya nuestra alianza con Portugal, por medio de tratados los
más solemnes de recíproca amistad, unión, protección y franqueza de
comercio, navegación y demás relaciones, para con estas nuevas pruebas
poder transitar, dirigir y verificar, nuestros agentes, sus relaciones
con más amplitud y confianza; y estos convenios por conducto e
intervención de la Inglaterra, por cuyo también, y además el de
Portugal, si la España hubiese vencido, y se hallase o no del todo
evacuada por los franceses, hemos de entablar, después de reconocernos
aquellos dos estados por nación libre e independiente, que la España nos
declare igualmente en los mismos términos, y desde entonces podrán
nuevamente comerciar, transitar y avecindarse con los españoles en
nuestros dominios, como tal nación extranjera.
Los
referidos agentes han de ser hombres de talentos los más conocidos y
adecuados al sistema de nuestras relaciones; y éstos, además de
desempeñar los proyectos y comisiones que se les dé instruidas a las
circunstancias de cada época, deben con su política atraerse los
primeros magistrados de cada pueblo, estrechando sus relaciones lo más
posible, caracterizándose con franquezas y repetidos regalos, de manera
que ganándose las voluntades de estos principales, puedan ir fraguando
sus miras políticas a aquellos designios hacia las intenciones que se
solicitan.
Tanto
a estos dichos agentes, como a todos los comandantes de las fronteras,
deben mandárseles colecciones de Gacetas de la Capital y Montevideo, lo
más a menudo y siempre que sea posible, debiéndose tratar en sus
discursos de los principios del hombre, de sus derechos, de la
racionalidad, de las concesiones que la naturaleza le ha franqueado;
últimamente, haciendo elogios lo más elevados de la felicidad, libertad,
igualdad y benevolencia del nuevo sistema, y de cuanto sea capaz y
lisonjero, y de las ventajas que están disfrutando; vituperando al mismo
tiempo a los magistrados antiguos del despotismo, de la opresión y del
envilecimiento en que se hallaban, e igualmente introduciendo al mismo
tiempo algunas reflexiones sobre la ceguedad de aquellas naciones que,
envilecidas por el despotismo de los reyes, no procuran por su santa
libertad; estos y otros discursos políticos deben ser el sistema y orden
del entable de este negocio, figurándolos en las gacetas no como
publicados por las autoridades, sino como dictados por algunos
ciudadanos, por dos razones muy poderosas: la primera, porque conociendo
que esta doctrina sea perjudicial, se ponga a cubierto el Gobierno de
estas operaciones, echando afuera su responsabilidad, bajo el pie de ser
la imprenta libre; la segunda, porque debe labrar más cuando se
proclamen unos hechos por personas que suponen los gozan, en quienes no
deben suponer engaño alguno, y este ejemplo excitará más los ánimos y
los prevendrá con mayor entusiasmo.
Estos
discursos y gacetas con cualesquiera otras noticias deben imprimirse y
remitirse en portugués, bajo el antecedente que con tiempo debe
adoptarse, de que para la facilitación del curso del comercio o por
otras reflexiones que se hagan, o por una suposición de rango o grandeza
del estado, se establece una casa de imprenta en dicho idioma.
Igualmente se debe observar por los comandantes de los pueblos de las
fronteras, que para el efecto darán las órdenes a los oficiales de las
partidas que transiten y corran los campos, que no maltraten a ningunos
portugueses, porque los encuentren en algunos menudos robos o
introducciones de caballos o ganados, los cuales, siendo comprados, no
se les debe quitar ni impedir su introducción, para de esta suerte
atraerlos y hacerles concebir nuestras ideas; igualmente no se debe
perseguir a ninguno, en nuestros territorios, por juegos,
amancebamientos, quimeras o cualquiera otra clase de absurdos,
remediándolos con la mayor política, con algunas penas suaves,
poniéndolos luego en libertad e instruyéndoles que la Patria es muy
benéfica y compasiva; en una palabra, apadrinando, protegiendo a todo
facineroso que se pase a nuestros terrenos, aun cuando algunas
requisitorias los soliciten, y si fuesen hombres que se conozca en ellos
algún talento y disposición, además de ocultarlos, proporcionarles
acomodo conducente a sus circunstancias, porque éstos han de servir de
mucho a su debido tiempo.
Los
referidos agentes que se hallen en todo el Río Grande deben de transitar
la jurisdicción, lugares y pueblos dependientes de aquella capitanía o
gobierno donde se hallasen destinados, a fin de tomar conocimiento de
sus campañas, conocer sus habitantes e ir catequizando las voluntades de
aquellos más principales, como alcaldes, justicias o clases que los
gobiernan; y para esto deben de valerse de los diferentes pretextos que
su discurso les amplíe, acompañados por alguno o algunos de aquellos a
quienes ya reconozcan adictos a la idea de su doctrina, y así para estos
gastos, como para todos los demás, se les debe franquear cuanto
necesiten, siendo el fin de sus discursos hacerles ver la opresión en
que están, los derechos que les competen, la miseria que padecen, lo mal
que paga el Estado sus servicios, el despotismo de sus mandones, y
exhortándolos últimamente a que proclamen su independencia, bajo el
pretexto de sustituir los magistrados, comunicándoles también que en
todos los pueblos están sumamente disgustados, para reanimarlos
indistintamente con estas y otras reflexiones, cuyas deben ser por
tiempos y con la mayor precaución, a fin de que nunca puedan ser
descubiertos los arcanos de sus proyectos, hasta su debido tiempo,
ofreciéndoles asimismo que el Estado Americano del Sud protegerá todas
sus ideas, no sólo con los caudales que necesiten, sino también con
quince o veinte mil hombres que haría entrar a todo el Río Grande, por
todos los territorios de sus fronteras.
Los
comandantes de las fronteras deben franquear algunos granos por cuenta
del Estado, que para el efecto se tomará en aquellos casos las
providencias necesarias, a los labradores fronterizos de Portugal, tanto
al pobre como al mediano, en clase de prestado, permitiéndoles algunas
cortas introducciones de caballos, yeguas y ganados comprados con su
dinero, y siempre usando de aquella benevolencia que dejo explicada en
los casos referidos, porque son los primeros resortes que debemos tener
de nuestra parte.
Tanto
los dichos agentes, como los comandantes de las fronteras, deben también
atraerse los ánimos de algunos jefes de las milicias y demás tropas de
cada pueblo, particularmente de los mal pagados, que son infinitos,
haciéndoles presente la diferencia de tres y cuatro pesos de sueldo a la
de diez y seis y diez y ocho que gozan nuestras tropas, y a proporción
de los oficiales y jefes; en la misma manera deben atraerse los ánimos
de los comerciantes y hacendados arruinados, haciéndoles ver la
fertilidad de nuestros campos; de los eclesiásticos, sin beneficios, y
de todos los mal contentos, aumentando en lo posible el número de éstos,
y, haciendo sacrificios a costa del erario y del Estado, ofrecerles y
proponerles todo favor y protección.
Cuando
las circunstancias prometan el éxito de un buen resultado, ya deben irlo
anunciando pasquines y otras clases de papeles escritos en idioma
portugués, llenos de mil dicterios contra el gobierno y su despotismo; y
en este estado, cuando ya probablemente se espera el buen éxito de esta
empresa, los comandantes de los pueblos fronterizos de nuestra
jurisdicción, deben ir acopiando todas las caballadas posibles, así en
la frontera como en los demás puntos donde se les ordene; igualmente,
carros, carretas y demás bagajes, que para el efecto se darán las
disposiciones convenientes; y en la misma forma se harán reuniones de
las milicias, en tres o cuatro puntos de la campaña, mandando algunas
tropas más de la Capital para la Banda Oriental, ordenando que
insensiblemente se vayan transportando a las dichas fronteras, para que
luego, inmediatamente de principiarse los anuncios de la revolución en
algunos pueblos del Río Grande, entren nuestras tropas en tres o cuatro
trozos, según lo requieran las circunstancias, debiéndose proveer la
plaza de Montevideo con tres o cuatro mil hombres de las mejores
milicias, y hacer caminar de ella otro igual número de las tropas de
línea, para que junto con las demás, por divisiones, se introduzcan en
todo el Río Grande y sus pueblos de diez y ocho a veinte mil hombres,
pues, luego, deben de irse armando aquellos mismos pueblos, poniéndoles
los jefes y magistrados que sean de su voluntad y beneplácito, bajo el
sistema de llevar por delante, inclusas a las tropas de nuestras
divisiones, una parte de aquellas que se armen en cada pueblo, y dejar
en los principales de más entidad algunas tropas nuestras, que sean
siempre capaces de competir con las fuerzas portuguesas que queden en
los dichos pueblos, para el fin de nuestras ideas en lo sucesivo, bajo
la declaratoria que nuestras tropas no tienen otro fin que proteger su
independencia hasta que sancionen su verdadera libertad.
Igualmente deben de ponerse en práctica, en aquellos destinos del Río
Grande, todos los mismos medios indicados hasta aquí, que hayamos
adoptado para la revolución de nuestro continente, observándolos en
todas sus partes, que sean consiguientes: pero, con la circunstancia de
no tocar todavía, hasta su debido tiempo, la libertad de los esclavos en
aquellos destinos, sino disfrazadamente ir protegiendo a aquellos que
sean de sujetos contrarios a aquella causa. Para esta empresa no deben
cerrarse las arcas, ni escasear sus tesoros, pues con ocho o diez
millones de pesos creo que la empresa no ofrecerá dificultad; en esta
virtud, teniendo alianza con la Inglaterra, no debemos de dudar que,
aunque también la tenga con Portugal, condescendiendo con nuestras
intenciones, observará, a lo menos, una conducta neutral, manifestando
que hallándose aliada con ambas naciones y con iguales intereses, sus
relaciones de comercio se perjudicarían, y que a aquel gabinete le sería
contrario un sistema de defensa contra el Estado Americano, y dejándonos
en la lucha y dándonos los socorros con sigilo, emprenderemos el plan de
conquista de los pueblos más principales de la América del Brasil, hasta
que los acasos proporcionen ocasiones y motivos para declararse a
Inglaterra igualmente aliada con nosotros y enemiga de las provincias
del Brasil, pactándose entonces entre ambos gabinetes los puertos y
puntos que unos y otros debemos ocupar, prestándonos mutuamente toda
clase de socorros.
Además
de todo lo expuesto, es consiguiente y no debemos dudar que a la corte
de Inglaterra, si la España no sucumbiese, para equilibrar mejor la
balanza del poder de la misma España (sin extendernos ahora al sinnúmero
de razones políticas que hay para ello), le interesa que las Américas o
parte de ellas, se desunan o dividan de aquella Metrópoli, y formen por
sí una sociedad separada, donde la Inglaterra, bajo los auspicios que
dispense de su protección, pueda extender más sus miras mercantiles y
ser la única por el señorío de los mares; y en esta virtud, para no
dudar también que la Inglaterra debe propender, y aun coadyuvar y
consentir en la desmembración de la América del Brasil, sentaremos ante
todo por principio: si le conviene o no la desunión de las Américas
españolas de su Metrópoli. Es consiguiente que no podría efectuarse la
separación total de la América del Sud de su Metrópoli, no
desmembrándose la del Brasil, y la razón de estos principios es la
siguiente: que si la España no sucumbiere en la lucha presente y la
América del Sud sancionase su libertad una de dos: luego de organizarse
y recuperar todos sus atrasos, la España, ésta como vecina de Portugal y
además por los intereses que tienen mutuamente, o trataría de la
conquista de la Europa Portuguesa, porque aun cuando perjudicase los
derechos de la casa de Braganza, no perjudicaría del ningún modo los de
la señora Carlota, ni los de sus augustos sucesores de la casa de
Borbón, mediante a que en lugar de disminuir los derechos de éstos, los
aumentaba, acrecentando sus estados, y cuando esto no se verificase así,
la España, como potencia vecina y demás, le obligaría a que reuniendo
sus fuerzas, tanto las de Europa como las de la América del Brasil,
contribuyese y coadyuvase de mancomún a la restauración de la América
Española del Sud; y, por lo tanto, no le es tan fácil el propender, y
conseguir lo primero, como le sería verificar lo segundo; y a la
Inglaterra, conviniéndole la separación de la América del Sud de su
Metrópoli, para sancionar sus ideas, lograr el fruto de sus auxilios y
restaurar aquellos gastos y socorros que nos hubiese prestado para
asegurar y sostener nuestra independencia, le es indispensable bajo
estas ideas políticas, que consienta y aun coadyuve a la división y
desmembración de la América del Brasil, entre su corona y nuestro
estado; asimismo es una de las únicas máximas políticas, después de la
del sostén o equilibrio de la Europa, que le obligan y estimulan a la
Inglaterra sobre la alianza de Portugal, el que su comercio sea único en
esta balsa de mares de ambas Américas, tanto para la introducción como
para la extracción de tantos preciosos frutos de tan general consumo en
las más de las naciones. ¿Y qué más podría apetecer la Inglaterra ya,
que tener unas colonias inglesas en el Brasil, abundantes de los
primeros renglones de necesidad en la Europa y demás naciones? Creo,
efectivamente, que no podría desear después otra cosa, y que si acaso la
Inglaterra (no porque no lo ha deseado) no ha emprendido el establecer o
adquirir algunas colonias inglesas en el Brasil, me persuado
efectivamente que habrá sido, no solamente por el respeto de la España y
la Europa Portuguesa, sino también por los inmediatos auxilios que se
hubieran opuesto de las Américas españolas; pero, no teniendo ya este
último estorbo, y por lo contrario una alianza y protección, deben
completarse sus miras; estas razones y cálculos, por éstos y otros
principios que franquean aún más margen para dilatarlos, deben meditarse
a fondo y formarse de ellos el concepto que merece la entidad del caso,
y no dudar que la Inglaterra preste sus auxilios para nuestra libertad,
reservadamente, en atención de las circunstancias actuales, como también
para la dicha conquista o desmembración de la América del Brasil.
Últimamente, nos es muy constante por las noticias que nos asisten, que
en toda la América del Brasil no hay casi un solo individuo, a
proporción, que esté contento con el gobierno ni sus gobernantes, tanto
por lo mal pagados, como por el despotismo de sus jefes y mandatarios,
por la cortedad de los sueldos, por lo gravoso y penoso de las
contribuciones, lo riguroso e injusto de algunas leyes, en atención a
las que las naciones libres y más generosas observan; nos consta
asimismo que los clamores y quejas contra diversos particulares son
infinitos, que no hay quien no murmure de sus ministros y mandones, que
llenos de orgullo, absorben la sangre del Estado, cuando al mismo tiempo
gime de la cortedad de su sueldo el pobre soldado, haciéndole
injustamente consentir en la dura ley de esclavizarlo por toda la vida;
últimamente, no hay ninguno que desesperado de la vil sumisión y
abatimiento en que la Inglaterra tiene a Portugal, no produzca sino el
lenguaje del descontentamiento y murmuraciones contra la misma autoridad
real, y en esta suposición, aunque esta empresa requiere seis u ocho
años, debe de tomarse con la mayor energía y exactitud, pues, por lo que
corresponde a la campaña del Río Grande, parece que la naturaleza la
formó allí como para ser una misma con la Banda Oriental de Montevideo,
pues hallándose su barra fortificada con alguna marina, y en estado de
fortificación e igualmente los únicos pasos que tiene para lo interior
del continente, nos es muy conveniente esta empresa o conquista, ante
todo principio, bajo el aspecto de los fines que llevamos expresados. No
debo extender más el plan de nuestra conquista, por ahora, hasta
verificarse nuestras ideas, que cuando ellas surtan el efecto que nos
prometemos, en particular con la alianza de Inglaterra, la que
condescendiendo a nuestros planes, convenga en la conquista de la
provincia del Brasil, entonces nos podremos extender más, mediante a
que, operando a un tiempo por diversos parajes, emprenderemos la de
Santa Catalina, Bahía de todos los Santos y demás, y más principales e
interesantes puertos.
[editar]Artículo 9°
En
cuanto a los medios que deben adoptarse, estando consolidado y
reconocido por la Inglaterra, Portugal y demás principales naciones de
la Europa, el sistema de nuestra libertad, cuál debe ser el fin de sus
negociaciones entonces, en las provincias del Brasil, con relación a la
conquista de todo el Río Grande, y demás provincias de dicho reino.
Estando todo el Río Grande en el estado de revolución según y conforme
llevo expresado, e internadas en sus pueblos nuestras tropas, con
antelación deben haberse tomado las providencias para que, al mismo
tiempo del principio de estas operaciones, salga de Montevideo una
fuerza naval de diez y seis a veinte buques armados y tripulados, con
todos los competentes utensilios, para que dirigiéndose al Río Grande,
ocupando su barra, bloqueen no sólo el puerto impidiendo la salida, sino
también para estorbar cualquier socorro que pudiera entrarle de alguna
otra provincia, conduciendo al mismo tiempo del número de tropas que se
destine para la dicha empresa, el número de mil quinientos hombres, poco
más a menos, para desembarcarlos, y operar de concierto, cuando lleguen
a aquel destino algunas de nuestras divisiones.
Suponiendo que todos los pueblos se hayan ya declarado por libres e
independientes, bajo la garantía de nuestras tropas bajo las
circunstancias expresadas de hallarse guarneciendo una parte de nuestras
tropas los más interesantes destinos, y siendo asimismo consiguiente que
han de haberse ocasionado varios choques contra aquellos que se hubieran
opuesto a este sistema, nuestros comandantes de divisiones instruidos
menudamente de todas las órdenes que para el efecto de dicha revolución
se les habrá comunicado de antemano, no deberán olvidar la máxima de que
en los diferentes choques que se hubiesen ofrecido, de unos con otros,
estando con la mayor destreza y disimulo que las circunstancias
proporcionen, dejen empeñado algunas veces en la lid, cuando la acción
no fuere peligrosa, al partido realista de los portugueses con el de los
revolucionarios de los mismos, a fin de conseguir por este medio que el
mismo partido revolucionario se aniquile en parte, empeñando nuestras
tropas solamente cuando haya de decidirse una acción interesante y que
las circunstancias requieran, para que asimismo nuestras tropas no
tengan mayor menoscabo y su fuerza siempre sea más respetable.
Ya
cuando en estas circunstancias hayamos llegado a comprometer a todos los
pueblos del Río Grande, haciéndoles tomar las armas contra los derechos
de su monarca, en este caso parece consiguiente que el mismo delito de
su rebelión les obligará a aceptar nuestras disposiciones, sometiéndose
en un todo a ellos, protestándoles de lo contrario que si así no lo
hacen, además de abandonarlos en el proyecto de su causa, retirando
nuestras tropas a la frontera, saquearemos al mismo tiempo los pueblos y
las haciendas, quedando expuestos nuevamente al furor y a la venganza
del antiguo despotismo; y, en esta virtud, entonces es cuando, ya tan
comprometidos que a nada podrán oponerse, debe proclamarse la libertad
de los esclavos, bajo el disfraz, para no descontentar en parte a sus
amos, que serán satisfechos sus valores, no sólo con un tanto mensual de
los sueldos que tengan en la milicia, como también con la garantía de
los tesoros nacionales, y bastando armarlos y formar algunos batallones
bajo la dirección de jefes que los instruyan y dirijan con el acierto
que sea debido.
Igualmente debe procurarse que en los nuevos gobiernos que se
establezcan en los pueblos, villas, y lugares, e igualmente en los ramos
particulares, intervengan siempre en sus disposiciones algunos sujetos
que sean americanos y de nuestra parcialidad, que para el efecto irán
con el ejército; consiguientemente, se observará lo mismo en el mando
militar y en los regimientos, poniéndoles uno o dos jefes de los
nuestros, que tengan un conocimiento exacto en lo interior de sus
disposiciones.
Antes
de proceder a la disposición de la libertad de los esclavos, debe
haberse dispuesto los ánimos, haciendo publicar en todas las divisiones
y pueblos, donde haya tropas portuguesas del partido, que desde la fecha
de aquella publicación, se les asigna, tanto a las tropas como a sus
correspondientes oficiales, los mismos sueldos que gozan las nuestras,
cuyos abonos serán satisfechos por cuenta de nuestros fondos y sin
demora alguna, mensualmente.
Cuando
las circunstancias aseguren el éxito de la empresa, se debe de ir
disponiendo que algunas divisiones pequeñas, principalmente las de los
negros, se vayan haciendo conducir con diferentes pretextos a cubrir las
fronteras, y por consiguiente se ejecutará lo mismo con las demás tropas
portuguesas, dividiéndolas en pequeñas fuerzas, para que en cualquier
destino sean mayores las nuestras, para, cuando fuese tiempo, hacer la
declaratoria de conquista.
Debemos igualmente, hacer publicar en todos los pueblos que a todas las
familias pobres, que voluntariamente quisiesen trasladarse a la Banda
Oriental y a las fronteras a poblar, se les costeará el viaje, dándoles
las carretas y demás bagajes para su transporte y regreso, y
contemplándoles como pobladores, se les darán terrenos a proporción del
número de personas, que comprenda cada familia, capaces y suficientes
para formar establecimientos, siembras de trigo, y demás labores, y esto
por el término de diez años, que serán los precisos que deberán
habitarlos, y pasado dicho término, podrán venderlos, o enajenarlos como
más bien les pareciere, sin que el valor de dichas tierras tengan que
abonarlo. Que para el efecto y fomento se les suministrará, en los dos
primeros años, con algunas fanegas de distintos granos, algunas yuntas
de bueyes y vacas, para sus establecimientos, y asimismo algunas yeguas
y caballos, supliéndoles para la fábrica de sus moradas doscientos o
trescientos pesos, según lo que dispusiere en esta parte el Superior
Gobierno, como igualmente las herramientas precisas para sus labores,
quedando exentos en el dicho término de diez años, cualquiera de tales
familias, de servir en las milicias, ni en ningún otro cargo que pudiera
perjudicarles, y en la misma forma, en dicho término, serán exceptuados
de toda contribución y derecho de cualquier fruto que vendan o
introduzcan, en cualquiera pueblos o provincias, dependientes del
Gobierno Americano del Sud.
En los
mismos términos y en igual forma, bajo las mismas proposiciones, debe de
proponerse este mismo convenio a las familias pobres de la Banda
Oriental de Montevideo y Capital de Buenos Aires, que quieran ir a
poblar a los territorios del Río Grande, para de esta manera introducir
en dichos destinos el idioma castellano, usos, costumbres y adhesión al
Gobierno, pues ya en estas circunstancias se deberá haber allanado todas
las dificultades, y, levantando nuestra bandera en aquellos destinos,
declararlos como provincias unidas de la Banda Oriental y Estado
Americano del Sud.
En los
dichos destinos del Río Grande deben abolirse ya, en este caso, las
escuelas y otras clases de estudios, en los niños de cinco años para
arriba, en el idioma portugués, remitiéndose maestros que enseñen en
castellano y lo mismo sacerdotes para los mismos fines.
En la
misma forma, todos los vecinos del Río Grande y su campaña y todos los
que extrajeren de dichos pueblos, o introdujeren por tierra y mar, en su
entrada y salida, por el término de cinco años, cualquiera clase de
frutos, no pagarán sino la mitad de los derechos nacionales que
estuvieren estipulados en las demás provincias del Gobierno Americano,
entendiéndose esto también con los que navegaren a dichos destinos, aun
cuando no fuesen vecinos de dichos pueblos.
Hasta
no radicarse totalmente sobre bases fijas y estables nuestros derechos
de conquista en aquellos destinos, no debe fiarse los primeros cargos en
personas que no sean de las antiguas provincias; y para no descontentar
a aquellas personas de talento, mérito y circunstancias, se debe
atraerlas y emplearlas en las provincias antiguas, hasta que el tiempo
nos asegure aquellos nuevos establecimientos.
Cuando
se hallen las cosas en tales circunstancias, se debe con antelación
cerrar los puertos de Buenos Aires y Montevideo, y como que nos
preparamos ciertamente a una guerra dilatada con las provincias del
Brasil y que por aquel gabinete se nos han de hacer todas las
hostilidades posibles, se recaerá en todos nuestros destinos sobre los
bienes, caudales y buques portugueses que se hallasen en aquella
actualidad, confiscándolos para los fondos públicos, de todos los
individuos que sean de cualquier destino de las dichas provincias menos
del Río Grande y dependencias, que en tal caso es ya de nuestra
pertenencia, no debiéndose entender esto con los bienes de los
portugueses avecindados y afincados, pues para estorbar algunos daños
que en recompensa nos puedan hacer, estorbaremos las salidas
anteladamente, con disimulo, de nuestros puertos, a aquellos destinos, y
a los dichos portugueses se considerarán como prisioneros.
Últimamente, se observará en las demás materias que he expuesto para los
americanos, en los dichos establecimientos nuevos, el mismo sistema,
orden, práctica y gobernación política en todas sus partes, y estando
sancionado completamente el sistema de nuestra libertad en toda la
América del Sud y conquista del Río Grande, deben guarnecerse bien las
fronteras portuguesas que miren a las provincias de Minas, picada de San
Martín y detrás pasos que estorben la entrada a dicho Río Grande, como
igualmente su dicha barra, repitiendo asimismo que omito el hacer
reflexiones acerca de varios puntos de política y régimen que me
ocurren, mediante a que instruirá completamente de todas mis ideas la
obra que tengo ofrecida y mediante a que me consta también que sobre
otros objetos se han tomado a las providencias que serán suficientes a
llenar el hueco del empeño de nuestra grande obra y por mis
conocimientos resuelvo abiertamente que debemos decidirnos por el rigor,
intrigas y astucias, que son las que nos han de poner a cubierto y
conducirnos a nuestros fines, dejando para cada tiempo lo que le
pertenece, pues lo que se hace fuera de él nunca sale bien.
En
cuya virtud, luego de premeditar V. E. a fondo el concepto de todas las
exposiciones y máximas que contiene este Plan, con la madurez que es
propia de un gobierno sabio, me persuado efectivamente que a lo menos
confesará que la realidad de mis intenciones y lo justo de mis deseos no
tiene otro fin que aspirar a sancionar la verdadera libertad de la
Patria; y aun cuando reservo ideas que no es posible encomendarlas al
papel, el miembro que ha recibido de ese Superior Gobierno la honra del
encargo para la formación de este dicho Plan se hace responsable a
manifestar por separado los demás recursos que fueren menester y
consiguientemente a superar y facilitar los obstáculos que pudieran
oponerse.
Este
elogio parecería alimentarse por el amor propio, si el asunto que se
trata fuese público y no hubiese protestado que, siendo superior a mis
alcances, sólo el deseo y la gratitud me han estimulado al cumplimiento
de mis deberes, en obsequio de la causa, y a lo menos por disfrutar
algunos conocimientos, no semejantes al avaro que amontonando tesoros se
jactara de ver abatidos en la miseria a sus semejantes. Al mismo tiempo
suplico a V. E. no juzgue en un asunto tan vasto y de tanta entidad por
escasas insinuaciones, y que se digne examinar por extenso los
pormenores del fondo de sus conceptos; así, pues, me lo persuado de los
grandes y tan conocidos talentos de V. E., pues efectivamente las almas
que aciertan a gobernarse, gobiernan a los demás cuando lo intentan,
vencen las pasiones, rigen los propios ímpetus, producen las
circunstancias para utilizarlas y, encadenando la fortuna, hacen para su
rueda movible, forzando al destino, que es lo que verdaderamente da
derecho para mandar y es mandar en realidad.
En
cuya virtud y consecuencia, la Providencia nunca ha revelado su
existencia ni manifestado mejor su poderío, que haciendo que de cada una
de las acciones que componen la vida de un hombre resulte un memorable
acontecimiento, y que viene a ser su moralidad. Pero, a fin de que sea
útil este acontecimiento y que esta moralidad redunde en beneficio de
toda la especie, ha querido que uno y otro fuesen siempre en sentido
encontrado con los deseos corrompidos, y sirviendo igualmente para
cubrir de vergüenza, y a veces de castigo, al vicioso y al criminal, y
de gloria duradera a los adoradores de la virtud.
Es
cuanto me ocurre poder manifestar a V. E., inspirado de la fuerte y
sólida confianza que me reanima a concebir que la grandeza, talento,
discreción y virtudes de ese Superior Gobierno, calculando los
principios de mis exposiciones políticas, propenderán sin duda,
confiados en la Providencia y de sus santos principios, a realizar y
poner en práctica las máximas tan saludables del presente Plan, que bajo
el mérito de V. E. se acoge, para que, con su ilustración y rectitud, le
amplíe aún las ideas que tuviera a bien para completarlo; quedando de mi
parte satisfecho con cuanto me ha sido posible exponer, en cumplimiento
de la comisión con que ese Superior Gobierno me honró, para sancionar y
demostrar los principios que han de ponernos a cubierto en las grandes
obras de nuestra libertad. Buenos Aires, 30 de Agosto de 1810.
Que el
gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe
poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e
independencia.
El
documento que antecede lleva al pie la siguiente nota: “El presente plan
es copia de la copia del mismo original que con dicha fecha fue
presentado a la junta, cuya copia del original es de puño y letra del
mismo Moreno, y los demás documentos que lo encabezan son copias de los
mismos originales que están inclusos y se conservan para su debido
tiempo en poder de quien mandó la copia presente de Buenos Aires, que
obtuvo de resultas de haber desterrado la junta a un individuo,
sorprendiéndole que era íntimo amigo de Moreno, quien fue depositario de
varios papeles interesantes cuando el citado vocal caminó a Londres, y
por consecuencia de la dicha sorpresa y destierro de este último, fue
depositario de varios intereses y papeles el referido individuo, cuyo
nombre en general se reserva por las circunstancias de sus haberes y
persecuciones del día, hasta su debido tiempo”.
El
señor Eduardo Madero preparaba su historia del puerto de Buenos Aires,
encontró el documento anterior en el Archivo General de Indias de
Sevilla, e hizo sacar de él una copia; pero como no le fuera útil para
su obra, envió dicha copia al señor General Bartolomé Mitre. Este, a
mediados del corriente año, tuvo la fineza de ofrecerla al Ateneo, para
que el documento se incluyera entre los escritos de Moreno. Sin embargo,
no fue posible aprovechar la copia ofrecida por el señor General Mitre,
porque se le había extraviado, y á pesar de todo su empeño no logró
encontrarla.
Entonces el señor Ministro de Relaciones Exteriores, doctor Alcorta, se
sirvió pedir a España una nueva copia. Esta es la que se ha utilizado en
la presente publicación.
Doctor
Mariano Moreno
Fuente: Mariano Moreno. Escritos políticos y económicos. Ordenados y con
un prólogo por Norberto Piñero. Buenos Aires, “La cultura argentina”,
1915.
Obtenido el 12 de octubre de 2010 en
http://es.wikisource.org/wiki/Plan_de_las_operaciones.
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