Nota realizada por el diario La Nación a Karina
Vilella
Una tendencia en alza: los porteños toman cursos
de urbanidad
Aprender a cultivar los buenos modales
Ejecutivos, profesionales y estudiantes se
preocupan por tomar bien los cubiertos y por
manejarse correctamente en sociedad
• En las clases de ceremonial y protocolo
aumentaron 60 por ciento las inscripciones en
dos años
• El auge de los negocios con extranjeros
incentivó la preocupación por comportarse bien
La astucia de un empresario exitoso, la fama de
un reconocido profesional o el glam de una
estrella de cine puede evaporarse en cuestión de
segundos con sólo extender una invitación a
comer y colocar más de dos cubiertos en la mesa.
¿Por qué tenderle a alguien semejante trampa?
Simplemente porque la mesa es la prueba de
fuego, una "cancha" donde hombres y mujeres de
todos los niveles sociales prueban quiénes son
realmente, de dónde vienen y, más importante
aún, qué se puede esperar de ellos. Si revolean
los cubiertos mientras hablan o los "esgrimen"
para pinchar la tortilla de papas, entre otras
barbaridades, habrán derribado su propio mito,
al poner en evidencia la precariedad de sus
modales, amén de haber tirado por la borda el
futuro de sus negocios, quizás.
Y no estamos exagerando. No en vano, mientras
unos les otorgan cero importancia a las reglas
básicas de la etiqueta (como cierto funcionario
argentino que durante una gira presidencial fue
a una cena de gala en Washington y se bebió el
agua del finger bowl, cuando en rigor el
recipiente se usa para enjuagar los dedos
después de comer mariscos), otros han
comprendido que saber conducirse en público es
la clave de la comunicación contemporánea.
Ese repentino afán de superación se traduce en
la cantidad de porteños que actualmente toma
clases de ceremonial y protocolo social para
pulir sus modales y evitar odiosas comparaciones
con Toto Paniagua, aquel célebre nuevo rico del
programa televisivo que cortaba el pan con el
cuchillo y se limpiaba la nariz en la
servilleta. Todo un paradigma de la ordinariez.
"De 2004 a la fecha, la cantidad de alumnos de
nuestro instituto aumentó un 60 por ciento. Hay
un boom, un auge. Se debe a que la gente
entendió que es una disciplina organizativa, un
código para relacionarse mejor con el otro",
explica Aníbal Gotelli, director general de
Ceremonial del gobierno porteño, titular del
Centro Interdisciplinario de Estudios Culturales
y fundador de la tecnicatura en protocolo social
que dicta el gobierno de la ciudad.
La oferta didáctica se amplió al ritmo de la
creciente demanda, por lo que los programas no
abarcan sólo las técnicas para usar bien el
tenedor o colocar un candelabro adecuado en una
mesa formal. Aunque parezca una frivolidad o un
rasgo de acartonamiento, todos los ámbitos de la
vida cotidiana están regidos por fórmulas de
cortesía no escritas, destinadas a ordenar
situaciones públicas: tanto en la escuela como
en la oficina, en ceremonias oficiales o en el
mundo de los negocios esas normas siguen
vigentes.
"Cuando uno las maneja puede vincularse evitando
conflictos y roces, respetando las procedencias
y jerarquías, sabiendo quién es quién y qué
trato debe recibir, independientemente de que
hay que tratar a todos con amabilidad", sostiene
Marcela Macari, que dicta clases en el Centro de
Estudios de Profesionales de Ciencias Económicas
y en empresas privadas. "Hay una avidez por
saber cómo presentarse, cómo atender el
teléfono, cuándo entregar la tarjeta personal,
cómo tratar con los extranjeros."
"En los últimos años el mundo de los negocios se
abrió, y después del corralito la gente empezó a
recibir más en su casa, y quiere hacerlo bien",
sostiene Michelin de Ridder, una verdadera
decana de las buenas maneras. "Las normas de la
mesa, por ejemplo, tienen un porqué. Muchas se
han modernizado, pero las básicas no", explica
esta lady de 82 años que enseñó en el Centro de
Estudios Diplomacia, fundado por Delfina Mitre
hace más de 20 años, el faro de la distinción
para muchas generaciones de diplomáticos y
señoras paquetas.
"Hace poco me llamaron cinco empresarios jóvenes
para que les fuera a enseñar a su oficina cómo
comportarse en la mesa", cuenta Karina Vilella,
columnista de temas de urbanidad en un programa
radial y directora, junto con Aída Helaz, de los
cursos de Delfina Mitre. "Se reían, se tomaban
el pelo, pero en el fondo estaban preocupados
por aprender."
Un poco de historia
Ese interés por comportarse bien en público data
de tiempos históricos, no prehistóricos. Los
aztecas, por ejemplo, fueron gente educadísima,
los primeros en usar un bol con agua para
lavarse los dedos entre comidas. Los ingleses
tienen un decreto firmado en 1724 que establece
el lugar que ocupa la servilleta: siempre a la
derecha.
Leonardo da Vinci fue quien instaló el uso de la
servilleta en las cortes renacentistas, harto de
ver cómo ataban los conejos a la pata de la mesa
para que los comensales se limpiaran las manos
en el lomo de los pobres bichitos.
Catalina de Medici fue la gran anfitriona de su
tiempo, y en la Buenos Aires colonial brilló la
Perichona. Ella misma servía a sus invitados y
enviaba a sus mucamas a estudiar cocina en la
escuela de Monsieur Ramón, el primer chef de la
historia gastronómica argentina.
En fin. Si nuestras madres fallaron en el
intento de hacernos seres dignos de vivir en
sociedad, vayan algunas recomendaciones. Pero no
tomarlas a la tremenda. El protocolo del siglo
XXI se ha flexibilizado bastante porque, a decir
verdad, ni el individuo más fino se resiste a la
tentación de sumergir el pan en la taza de café
con leche.
Por Marina Gambier de la Redacción de LA NACION
Karina Vilella, del Centro de
Estudios Diplomacia, enseña a sus alumnas el ABC de la imagen
personal (Foto: Rodrigo Néspolo)
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Normas básicas para no pasarla mal
Tome los cubiertos correctamente, no los revolee
en el aire ni los esgrima mientras habla.
Una vez que levanta los cubiertos de la mesa
para usarlos, nunca tocan de nuevo el mantel. En
el descanso se los colocará en forma paralela
sobre el plato, nunca a los costados.
No coma el pan del comensal vecino, el suyo es
el que está a su izquierda. Y no se le ocurra
trozarlo con cuchillo, se hace con la mano.
Nunca haga bolitas con la miga.
Durante una comida nunca se habla de negocios,
sólo en la sobremesa se pueden tocar esos temas.
No se llene la boca con comida y no hable con la
boca llena.
Nunca hable a los gritos, así esté en una comida
privada.
Es de mal gusto ir al baño durante un almuerzo o
comida, formal o informal. También lo es colocar
en la mesa el teléfono celular, cosa que, por
otra parte, la gente "fina" no usa o, por lo
menos, lo desconecta.
Si le quedan restos de comida entre los dientes,
procure no barrerlos con la lengua, es tan
ordinario como usar escarbadientes.
Las mujeres suelen pintarse los labios en la
mesa, pero hacerlo es una barbaridad. Si se le
despintaron, mala suerte. Espere a ir al
toilette para retocarse el maquillaje.
La servilleta se mantiene durante toda la comida
sobre la falda, cuando se levanta
definitivamente la deja sobre la mesa, nunca
doblada como al principio. Y procure no usarla
para limpiarse la nariz.
Al finalizar la comida, el primero que se
levanta de la mesa es el anfitrión. El café se
toma en la sala o en el living.
A menos que tenga conjuntivitis, nunca la gente
educada usará anteojos oscuros en ambientes
cerrados ni en días nublados. Y si está al aire
libre, cuando hable con alguien sáqueselos. Lo
mismo cuando le presentan a alguien.
Cuando recién se conoce a alguien, evite hablar
sobre política o religión, temas tabú. Nunca
pregunte la edad a las personas, ya sea trate de
hombres o mujeres, ni el credo que profesa una
persona. Evidenciará su falta de roce y
ubicación.
Texto e imágenes obtenidos en
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=704408
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